quarta-feira, 28 de maio de 2014

Más sobre el topónimo OJEDA (1)



 
              Antes de manifestar mi opinión sobre el adjetivo OJEDA, OGEDA, OXEDA o FOGUEDAS (los tres últimos términos aparecen en cartularios y documentos antiguos), retrocedamos un poco en la historia de nuestras comarcas ‘castellanoleonesas’, y paremos en la región que se denominó en la Historia de España de desierto del Duero, también conocida como tierra de nadie. Esta región dio origen a muchos topónimos, antropónimos, hagiotopónimos,  orónimos, hidrónimos etc. de los cuales derivan diversas localidades palentinas. En los albores del siglo VIII, la expansión musulmana se realizó de una manera muy rápida tras el ocaso del dominio hispanovisigodo en la batalla de Guadalete (711). A partir de este hecho histórico, cada investigador extrae sus propias conclusiones debido a la escasa documentación que conservamos de aquella época. Los interrogantes parten de esta premisa: ‘¿el territorio al norte del río Duero (algunas tierras de las actuales provincias de Palencia, Burgos y La Rioja) quedó totalmente desierto al paso de los distintos caudillos árabes?’. Sánchez Albornoz nos habla de un despoblamiento total y absoluto; ya Menéndez Pidal es de opinión que el ‘desierto del Duero’ nunca se despobló totalmente. Documentos árabes señalan que no fueron sus aceifas la causa principal de aquel despoblamiento castellano. Al contrario, la atribuyen a las sequías prolongadas que se abatieron sobre la región: ellas obligaron a moros y cristianos a replegarse hacia zonas más propicias y fértiles. Estas circunstancias geoclimáticas facilitaron las campañas bélicas de Alfonso I y de su hermano Fruela, estas sí las verdaderas causas de la ‘desertificación’ de los Campos Góticos, pues a su paso el ejército asturleonés incendiaba cosechas y arrasaba villas y poblaciones de las comarcas castellanas. La Crónica de Alfonso III resume tales hazañas con estas palabras: ‘… en todos los castros, villas y aldeas que Alfonso I determinó ocupar, mató a todos los pobladores árabes, y a los cristianos se los llevó consigo [rebaños y enseres] a las tierras del Norte’. Como consecuencia, se consolidó el reino de Asturias, lo que permitió más tarde salir de los estrechos límites de Asturias, Cantabria y Vasconia (mayor parte de la cornisa cantábrica), aumentando considerablemente no sólo la población en los valles cántabros (con fugitivos hispanogodos y mozárabes que llegaban desde las llanuras del Pisuerga, Arlanza y Duero), sino cambiando asimismo el modus vivendi de astures, cántabros y vascones, que asimilaron las instituciones hispanogodas y transformaron su comportamiento cultural, social y económico (hasta entonces muy atrasado), en un proceso de aculturación con fuerte influencia de los monasterios cistercienses, instalados en los diferentes valles comarcales ej.: Ribera del Pisuerga, La Ojeda, Boedo, Valdavia, Vega de Saldaña y Carrión etc. Este subsecuente repoblamiento estará documentado a lo largo de los siglos VIII/X. La crisis mozárabes y las revueltas muladís debilitaron aún más los dominios árabes en los territorios que se extendían desde la cordillera Cantábrica hasta el río Duero (unos 250km en dirección N/S), principalmente entre los ríos Cea/Esla al oeste, el Pisuerga al centro (‘columna vertebral de Palencia’, en los límites fronterizos con la provincia de Burgos), y los valles y ríos próximos a la sierra de la Demanda al este ej.: parte de la Alta Rioja. Esta huida de los habitantes de la Meseta hacia los refugios del Norte y valles cantábricos es descrita por el Anónimo Mozárabe: ‘dirigiéndose los fugitivos a las montañas, sucumbieron de hambre’, debido a la acentuada superpoblación. La Crónica de Alfonso III nos dirá igualmente: ‘entre los godos que no perecieron por la espada o de hambre, la mayoría se refugió en esta patria de los asturianos’. Y un monje del Monasterio de San Pedro de Arlanza (967) concluye en forma poética:
           eran en poca tierra muchos hombres juntados.
           Visquieron castellanos grand tiempo mala vida/
           en tierra muy angosta de viandas fallida.
          Lacerados muy grand tiempo a la mayor medida;
          véyense en grand miedo con la gent descreyda’. 
                  A seguir, aparecen los repoblamientos castellanos: de los valles de Cantabria y Vasconia -‘una aventura que se compara a la conquista del oeste americano’- salieron muchas gentes humildes y desconocidas que iniciaron ese extraordinario fenómeno foramontano (del latín-germánico foras-mont = ‘fuera de la montaña’), más tarde impulsado por reyes, condes y abades. A todos estos agentes ‘imperialistas’ interesaba ocupar las zonas deshabitadas y hacerlas producir a través de nuevos cultivos y diferenciados rebaños. Autores hay que piensan en la necesidad del reino asturleonés ser obligado a reorganizar aquel territorio abandonado a la propia suerte mucho más que en repoblar territorios sujetos a las razias sarracenas.  A través de la presura, las tierras de realengo podían ser ocupadas y roturadas, y sus explotadores se tornaban a partir de ese sustrato pequeños propietarios libres. De esta forma, la presura originó un repoblamiento disperso y desorganizado. Sin embargo, en contraste con esa realidad caótica los consejos municipales crearon a su vez núcleos de repoblación bien definidos y con sistemas demográficos organizados, con nombres y límites perfectamente demarcados, además de enriquecidos con fueros y cartas-pueblas otorgadas por reyes, condes y abades cistercienses. Las múltiples repoblaciones formarán la futura Castilla que comenzó a configurarse territorialmente hacia el año 800, abarcando en un primer momento las márgenes, valles y afluentes del Ebro, entre los cuales aparece el río Oja (64,9km) y, que según algunos historiadores y sus confusas teorías, dio nombre a la Comunidad Autónoma de La Rioja, y de cuya radical derivaría el topónimo OJEDA u OGEDA con el significado de ‘bosque’, más expresamente ‘abundancia de hojas’ (ver foto de encima), desprendidas y provenientes de hayas, encinas y arbustos del valle circundante, y que cubrían sus aguas en algunas épocas del año (otoño). La evolución natural partiría del término ogga > ogia (o) >  ogie > oga, palabra que en el caso de la OJEDA cambió la terminación /A/ del topónimo riojano por el sufijo /EDA/, una terminación que forma substantivos derivados, por lo general, de nombres de árboles o plantas, y designa el lugar en que abunda el sustrato primitivo > ‘abundancia de hojas’, en nuestro valle de La Oj /eda/, así como ocurre en los bosques de La Ri /oja/.   
              La repoblación de las tierras castellanoleonesas fue frenada en parte por las incursiones de  Abderramán I (731-788), hasta que D. Rodrigo (el Porcelos), primer conde de Castilla y Álava (860-873), reorganizó el movimiento repoblador tras la ocupación de los castros de Amaya, Mave (monte Cildá) y Saldaña. La supervivencia de estos primeros repobladores estuvo casi siempre bajo la dependencia y protección de nobles o monasterios de alguna importancia, así como de la necesidad para defender los intereses de los reyes en los territorios de frontera. En virtud de esta situación local, los condes levantaban fortalezas o castillos (en La Ojeda, el castillo de Bur) y los monjes hacían una repoblación ‘monástica’ con predominio de la creación de rebaños sobre los cultivos cerealistas. Sánchez Albornoz nos dirá que el repoblamiento castellanoleonés fue dirigido por ‘ese dramático resistir y batallar de un pueblo libre en que se habían fundido tres razas: la cántabra, la germana (goda) y la vasca’. Justo Pérez de Urbel habla de ‘una emigración en masa de gentes de las estribaciones orientales de los Picos de Europa, donde están las Mazcuerras (a 46km de Santander) hacia Bricia, Campoo, Saldaña. Bajan de Cabuérniga y Cabezón de la Sal por la Braña del Portillo hasta el nacimiento del Ebro; pasan cerca de Reinosa y al penetrar en la llanura se convierten en foramontanos’. Un documento de 814 hace referencia a Malacoria, lugar de donde procedían aquellos foramontanos > los primeros repobladores de Castilla que, de norte a sur, salían de los montes cantábricos hacia las tierras castellanas, forzados según algunos escritores por el hambre generalizada, aunque otros prefieran decir que fue por audacia, aventura y ambición. La ruta de los foramontanos debió seguir la calzada romana que unía Segísamo/Pisoraca a Portus Blendium, utilizada anteriormente por la Legio IV Macedónica en el traslado del ganado hacia los pastos de los puertos del Cantábrico. Para estos hombres (mitad guerreros mitad trabajadores) y gentes de distintas procedencias y culturas, Castilla se presentaba como la tierra de promisión, soleada y rica de pan llevar (¡?). Y como nos decía un bloguero de Campoo, debieron ponerse en marcha ‘a toque de bígaro (molusco) con resonancias marinas, y con la sencillez de las grandes empresas, arreaban las vacas tudancas con la ijada y avanzaban, azada al hombro y espada en el cinto’. Y, así lentamente se dirigían hacia el desierto del Duero, buscando amplios horizontes en un despliegue de avance y retroceso, cultivando tierras y defendiéndolas tras las fronteras naturales de ríos comarcales como Arlanza/Arlanzón, Pisuerga/Duero, Oja/Ebro etc, viviendo a la sombra de los diversos castillos o monasterios medievales. En estos lugares foramontanos, todos ellos experimentaron la dureza de la vida y la pobreza de aquellos páramos, las algaradas y pillajes musulmanes, la incertidumbre del mañana, la proximidad del año 1.000 con sus temores y catástrofes… A cada primavera se repartían aquellas tierras abandonadas, se (re) construían los poblados, y después como escribía el bloguero campurriano ‘esperaban el fruto de la vida y el golpe del sarraceno que deseaba recoger lo que nunca sembrara’. De esta forma comenzaron obispos, clérigos y abades, labriegos libres y siervos de la tierra, a ocupar, a deforestar, a labrar los campos incultos y a llenarlos de pueblos con nombres de raíces cántabras, vasconas, mozárabes y visigodas.                  
           En La Ojeda/Boedo encontramos, de hecho, pueblos de ascendencia vascona, navarra o riojana, como Báscones y Olea de Ojeda, Calahorra de Boedo, El Cueto (del vasco kotor = ‘peña’) y, principalmente el nombre de La Ojeda que según esta etimología significaría ‘bosque denso’. Como dijimos encima, la teoría más extendida atribuye a La Rioja procedencia toponímica del río Oja: Ángel Casimiro de Govantes y Pascual Mardoz otorgan al término ‘Oja’ una etimología natural con el significado de ‘bosque adensado’: derivaría simplemente de la cantidad de hojas desprendidas principalmente por las hayas, encinas y arbustos de los valles circundantes y que cubrían las aguas del rio Oja en la zona riojana, o del río Burejo y otros arroyos en La Ojeda, un topónimo trasplantado por vascones (inmigrantes ‘vasconavarros’) llegados de las montañas o de las alturas cántabras. Claudio García Turza encontró en un código del Monasterio de San Millán de la Cogolla el término rialia, cuya traducción posterior pasó a ser rivalia, plural colectivo neutro de rivum (terminación diminutiva) con el significado de riachuelo o canaleja. Su evolución posterior pasó de rivalia a /rialia/riolia/rioja. Según estos historiadores pasó entonces a designar a toda la comarca original, atravesada por pequeños arroyos que nacen en los montes Ayagos/montes de Oca o sierra de la Demanda, descienden de la actual dehesa de Valgañon hacia el noroeste en el caso de La Rioja, o de los prados húmedos cercanos a la Peña de Cantoral/cordillera Cantábrica tratándose del río Burejo (33,9km). A veces este río palentino, cuando recoge las aguas procedentes del deshielo y nevadas invernales, desborda su lecho inundando las regiones encontradas a lo largo de su cauce. Y como los ríos que surcan la comarca aledaña de los montes de Oca, con características de pequeñez e intermitencia, los ‘ríos’ o riachuelos que discurren por La Ojeda son de modesto caudal con fuerte estiaje en los meses más calurosos del año (julio/agosto). Sus aguas son bien aprovechadas por los 12 pueblos circundantes en el regadío de patatas y/o ajos, limitando aún más su caudal en el verano. Hasta hoy la calidad de sus aguas es buena (¡?), favoreciendo la abundancia de peces (truchas, bermejas y cangrejos autóctonos), debido a que no atraviesa núcleos urbanos ni grandes poblaciones, además de contar con un coto de pesca libre a la altura de Herrera de Pisuerga, cerca de su desembocadura. Antiguamente, existieron muchos molinos en sus márgenes, casi siempre en función de las necesidades de sus pueblos (Colmenares, Amayuelas, Olmos, La Vid y Villabermudo > la foto allí encima retrata la construcción de un molino y que yo enmarqué a mi paso por aquel lugar).         
                 La evolución natural ocurrió cuando la terminología popular fue traducida en documentos latinos cultos, ocasionando la división de la palabra primitiva, y dando lugar al término compuesto rivus de Oia, multiplicando igualmente sus numerosas variantes = /ogga/oga/ohia/, lo que originó topónimos de innúmeros términos regionales. Existen diferentes variantes documentadas en la Edad Media con el nombre de Rio/Oja designando una comarca o demarcación civil y eclesiástica, colindante con los montes de Oca, un lugar de asentamientos de diversas poblaciones. Este nombre, nos dice Pascual Mardoz, fue usado posteriormente para nombrar zonas cada vez más alejadas de la original, (¿sería el caso de La Ojeda?), llegando a identificarse con otros territorios, a mediados del siglo XIX, regiones incluso mayores que La Rioja primitiva tanto en España como en Hispanoamérica (Argentina y Perú). Curiosamente, en aquella región aparecen dos pueblos burgaleses con el nombre de Prádanos (de Bureba y del Tozo), un dato muy emblemático en relación a La Ojeda, visto que nuestro pueblo, Prádanos de Ojeda, siempre fue considerado el portal o cantón de entrada de toda la comarca. Incluso, en la Bureba existe un pueblo con el nombre Ojeda de Caderechas, perteneciente al Ayuntamiento de Rucandio/Burgos. Por extensión nuestro pueblo tendría dado nombre a toda la región, aunque esto sea apenas una suposición no comprobada. La primera mención a Rio-Oja aparece en el Fuero de Miranda, un documento concedido a la ciudad de Miranda de Ebro/Burgos por el rey Alfonso VI (1099) y confirmada por el rey Alfonso VIII (1117). Hubo otras sucesivas confirmaciones con distintos monarcas (Sancho III, Fernando IV etc), ratificando el contenido y vigencia del documento original. Su función más incisiva fue atraer y asentar poblaciones en un importante nudo de comunicaciones dentro de cierta franja geográfica sometida a disputas frecuentes sobre su control político entre las coronas de Castilla y Aragón. Otra curiosidad que refuerza esta toponimia foránea: la región del Pisuerga siempre fue objeto de disputas históricas entre leoneses, castellanos y navarros (con Sancho III el Mayor). La importancia jurídica y económica del Fuero de Miranda resultaba patente, dado que los derechos medievales ej.: el portazgo,  potenciaba el crecimiento local, según uno de sus artículos: ‘todas las personas de Logroño, o de Nájera o de Rioja que quieran trasladar mercancías al otro lado del Ebro, lo deben hacer por Logroño o Miranda, y no por otro lugar ni siquiera por barca. De otro modo perderán las mercancías’. Precisamente, en este fuero mirandés aparece la primera referencia a La Rioja como rioiia, traducida posteriormente como Riuum de Ohia y Rivo de Oia en el cartulario de Santo Domingo de la Calzada (1150). Por este fuero, la ciudad de Miranda de Ebro/Burgos se convertía en paso obligado de mercancías y personas entre las márgenes izquierda (Álava) y derecha (actuales provincias de Burgos y La Rioja), único paso (puente) regional del caudaloso río Ebro en aquellos tiempos. Entre los diversos privilegios mercantiles estaba el mercado semanal  celebrado en todos los miércoles del año con renombre internacional. Para poder participar, los vecinos de Miranda de Ebro debían pagar una tasa por el paso del pan, la sal y los frutos, estando libres de otros impuestos las mercancías vendidas en el mercado. Ya los foráneos (hasta de Francia) que acudiesen a comerciar sus productos de origen debían pagar el portazgo sobre cualquier tipo de mercancía.                      
                 En esa primera mención documentada (1099), aparecen los términos Rioga y Riogam, también escritos como Rioxa y Rioxam, respectivamente. Para el historiador Tomás Ramírez, el nombre habría sido dado a toda la comarca en época anterior a esa mención o menciones, haciéndose la transcripción como Rio de Oja, considerada una palabra de lengua romance en lugar del pomposo latín. La explicación sería esta: según el sociólogo y escritor Joan Mari Torrealdai, ‘históricamente La Rioja nace en el siglo XI, tomando el nombre del río Oja para un pequeño territorio que en 1131 alcanzaba hasta Belorado y se diferenciaba claramente de las tierras próximas a Nájera y Logroño’. La pregunta que nos inquieta es por qué este ‘enclave’ aparentemente insignificante dio nombre a toda la región circunvecina, englobando zonas más amplias y económicamente importantes. Tal vez la explicación la podamos encontrar en un estudio del gran palentino e historiador, Modesto Lafuente (1806-1866) cuando discurre sobre este asunto: ‘Sancho Garcés II, apodado de Abarca, rey de Pamplona/Navarra, pasó el Ebro y rompiendo por tierras de Nájera, tomó esta ciudad y pasó a tierras que riega el río Oja apoderándose de Castro Bilibio y de su territorio, donde fundó poco después la villa de Haro’. Hoy, la ciudad de Haro es considerada la ‘verdadera capital’ de la Rioja a causa de sus vinos de fama mundial. El padre Mariana también tiene una frase muy interesante al respecto: ‘el rey Fernando I de Castilla tomó para sí los pueblos y ciudades sobre que era el pleito, sin que nadie le fuere a la mano ni se le osase estorbar: estas son Bribiesca, Montes de Oca y parte del territorio por donde pasa el río Oja que da nombre a la tierra’. Este pleito de que nos habla Juan de Mariana (1536-1624) alude a la batalla de Altapuerca (1054) cuando Fernando I el Magno, de Castilla y León, recuperó ciertas plazas que Sancho III el Mayor, de Navarra, había incorporado a su reino. En 1257 el arciprestazgo de Rio Oja comprendía 52 pueblos, entre los cuales se destacaban Haro (‘el de los judíos’) y Grañón => una de las fortalezas más famosas en la Historia de España durante los siglos IX/XI; servía de atalaya contra las incursiones musulmanas en territorios cristianos. La población de Grannione estuvo implicada en las luchas territoriales entre el rey Sancho VI de Navarra y Alfonso VII de Castilla, en la segunda mitad del siglo XI. Y aún más: esos 52 pueblos del arciprestazgo de Rio-Oja constituyeron la genuina región riojana hasta mediados del siglo XVIII, siendo La Rioja y Logroño, merindades menores dependientes del merino mayor de Castilla, cargo de confianza del rey.
             Cabe resaltar aquí la importancia de la ciudad de Haro ya desde tiempos medievales para entender por qué el nombre de Rio-Oja prevaleció sobre las otras zonas de la actual Comunidad Autónoma de La Rioja. La existencia del cultivo de la vid en toda la comarca viene de muy antiguo, según lo demuestran innumerables documentos, aunque la forma ordenada de los cultivares comenzó en el siglo XII, siendo los monjes riojanos ubicados en la sierra de la Demanda, los precursores de la técnica de parrales en tierras altas, y que se extendió posteriormente hacia las llanuras circundantes buscando mejores condiciones climáticas. El rey Alfonso VIII concedió a la ciudad de Haro (1187) un fuero especialísimo donde se lee: ‘aquel que guarde las mieses, viñas, el ganado vacuno y el de cerda, no pagará el tributo de foso o trinchera’. Tratase de un tributo bajomedieval conocido como fonsanera > un servicio personal en tiempo de guerra (¡casi siempre era tiempo de guerra!): abrir fosos en derredor de castillos y fortalezas. Otro rey, Fernando IV el Emplazado (1301), concedió un segundo privilegio a la ciudad de Haro para favorecer y alentar la feria semanal que se celebraba intramuros, y que llegó a tener fama internacional, donde se comerciaban vinos de excelente calidad. Por aquellas fechas la explotación de viñedos y la comercialización del vino jarrero ya eran realidades comentadas por toda España y en el extranjero. En años posteriores, la ciudad de Haro ya se perfilaba ‘como una villa eminentemente vitícola’. La ciudad de Haro contaba con 116 bodegas, 65 cuevas y 4 bastardas, con un total de  43.308 cántaras de vino en el año de 1669, elevándose para 54.854 (1683) y 167.832 (1805), siendo los primeros compradores extranjeros los comerciantes de Montpellier/Francia. En 1850, adquirieron los vinos de alta graduación de La Rioja Baja, pero enseguida prevalecieron por su finura y olor delicioso los vinos de Haro, Briones, Laguardia y Labastida, así como los vinos extraordinarios de Alfaro y Calahorra en la Rioja Alta. En 1989, expertos del mundo entero aseveraron que ‘los mejores vinos riojanos se crían en la Rioja Alta’. Ya hacia la mitad del siglo XIX, la villa jarrera de Haro fue considerada ‘el puerto seco riojano donde aportaban los arrieros vascos y cántabros con sus pescados frescos y toda clase de coloniales, ya que sus almacenes y fábricas suministran a gran parte de Castilla y Aragón’. Más tarde, bajo el título Bastión  de calidad para el vino Rioja,las postrimerías del siglo XIX vieron nacer en Haro el embrión de la industria vinícola riojana con la fundación de algunas de las más prestigiosas bodegas’, no sólo de España, sino también de Europa. Y debido a sus extraordinarias bodegas situadas en la Alta Rioja, la ciudad de Haro pasó a denominarse la Capital del Rioja, a pesar de la filoxera, una plaga que afectó a las viñas francesas de Burdeos (1867). Por eso, hoy como ayer, se puede decir sin cualquier engaño: Logroño es la capital de la Comunidad Autónoma, pero Haro es la capital del Vino. O como la prensa testimonió en 1992: ‘Haro ostenta con todo merecimiento la capitalidad histórica del vino de Rioja. Y ello es debido no tanto a la indudable calidad de su producción vitícola, cuanto a su intensa actividad bodeguera’.
            A pesar de todas esas explicaciones históricas, es el Fuero de Miranda que nos afianza el término más explícito de Ribodeoja. Otro historiador Joaquín Peña recogió en diferentes documentos, guardados en el Monasterio de San Millán de la Cogolla (siglos XI/XIV), las apariciones del término Rioja, siendo sus grafías más repetidas: /Rivvo de Ogga/ => copiado por otros autores; /in rivo de Oia/, /fluminis Oggensis/, /in rivo de Oggia/, /et rivo de Ogie/, /et rivo de Oga/, /riogia/ etc. En una carta de donación del rey Alfonso I el Batallador (1133) consta el término rivo de Oia, repitiendo una vez más los términos rivo de Ogga (1191) y /riogia/ (1214). Para muchos otros escritores, el término Oja tendría origen etimológico vascuence: la razón más plausible estaría fundamentada en que ‘durante los siglos en los que pudo originarse el nombre la comarca original se encontraba influenciada por aquel idioma’ (Merino Urrutia). Existe en la zona del río Oja numerosa toponimia mayor (pueblos) y menor (riachuelos y accidentes geográficos), lo que prueba la existencia de tribus (berones y autrigones) que allí vivieron y hablaron el vascuence (¡?). Mateo Anguiano Nieva afirma que la unión de las palabras ‘/erria/’  > tierra, y ‘/eguia/’ > pan, formó el topónimo /erriogía/ con el significado de ‘tierra de pan’, aludiendo al tipo de cultivo predominante en aquella región cerealista  (cf. in Compendio Historial de la Provincia de La Rioja, 1704).
           De todas las formas, digamos con Pérez Carmona, en su pequeño pero interesante y profundo estudio sobre cualquier toponimia: ‘no es siempre la historia la que queda reflejada en la toponimia. Con harta frecuencia es la geografía local la que ha dado origen a un nombre de lugar. Es el relieve, los ríos, las fuentes, el clima, la clase de terreno, su localización, vegetación, cultivos y fauna, los que determinan el nacimiento de un topónimo’. Los nombres geográficos han aparecido a través de los siglos, siendo por eso nuestra obligación rastrear y hallar recuerdos históricos los más variados y curiosos. Esto se torna más verdadero cuando sabemos que los pueblos de Castilla y León,  junto con sus distintas lenguas (prerromana, latina, árabe, vasca, castellana e innúmeros dialectos), sus luchas, su organización social, su economía y sus sentimientos religiosos, han originado una infinidad de nombres que la ciencia toponímica reconoce como fuentes de la Historia de España. El propio Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), filólogo, historiador, folclorista y medievalista de primera línea, confiesa haber encontrado ciertos paralelos entre algunos topónimos españoles y otros recogidos de diversas culturas extranjeras. Un estudio aparte debería ser orientado hacia los topónimos celtas cuyos pueblos llegados a la península antes del siglo VII aC se extendieron principalmente por las regiones septentrionales y occidentales, donde la oronimia y la hidronimia (montañas y ríos) han dejado vestigios en las poblaciones más antiguas. Por ejemplo: muchos ríos de la mitad norte de España tienen el sufijo /ón/ - Nalón, Carrión, Arlanzón, Rudrón etc. Existen también radicales duplicados como /Arlanza y Arlanzón/, /Odra y Odrón/ etc. El río Oca tiene un homónimo en Vizcaya, y tal vez el río Oja responda a ese origen vascuence. De hecho, para muchos escritores el río Oja tendría origen vasco, en tanto que para otros tendría origen latino. En este último caso vale la palabra definitiva de Menéndez Pidal (sigue la misma opinión de Pascual Mardoz), copiado por otros muchos autores ej.: Carmen Ortiz Trifol, que emparentan la forma /olía/ con el vocablo latino /folia/ con el sentido de hoja u hojarasca. Y argumentan que el propio castillo de Ezcaray (término vasco /Haitz-Caray/ = ‘peña alta’, situado en la parte alta del río Oja) toma el nombre de este río logroñés. Curiosamente, en esta villa el rey Carlos III fundó la Real Fábrica de Paños, a la cual siguieron otras tantas industrias pequeñas, como lo fueron igualmente en Prádanos de Ojeda/Palencia. Y fue llamado con el término /Oja/ por la abundante vegetación de robledales en las laderas más soleadas y hayedos en las umbrías, junto a un bosque mixto de hayas, fresnos, cerezos, tilos, arces (falsamente confundidos con plátanos), serbales, olmos de montaña y robles albares. Alrededor de Ezcaray abundan los bosques de ribera en las márgenes del río, lo que corrobora la opinión del significado de Rioja= /’abundancia de hojas’/ que Menéndez Pidal atribuye al radical /oj/a. El rey Fernando IV (1312) concedió un fuero especial ‘al valle de la villa de Ojacastro, Ezcaray etc’, cuya intención seguía siendo repoblar aquella zona, fronteriza con el reino de Navarra.         
                 Sin embargo, la opinión de Merino Urrutia (1886-1982), historiador e investigador español, especialmente sobre temas relacionados con la cuenca del río Oja, además de haber nacido y sido alcalde de Ojacastro (1912/13), sostiene que el nombre proviene con certeza del euskera. Y aún más: opina que todo el valle hasta el siglo XIV fue un reducto del idioma vasco, aunque en otras zonas más llanas de La Rioja la lengua vascuence ya se había perdido en siglos anteriores. Incluso la justicia castellana a través de los reyes de Castilla y León reconoció a los habitantes de Ojacastro el derecho a declarar en vascuence cuando presentes en juicios y en posibles pleitos por ser hablado tal idioma en aquella zona logroñesa. Fue, según sus informaciones, la lengua autóctona de los primeros pobladores del valle (berones, vascones, autrigones, turmogos y várdulos, pueblos limítrofes a los vascones), apoyándose en las grafías /ogga/ y /oia/  (significaría ‘bosque’, según el filólogo salmantino, Emilio Alarcos Llorach (1913-1998), catedrático emérito de la Universidad de Oviedo y miembro de la Real Academia Española) y también en la abundante toponimia menor de dicho valle. Merino Urrutia llegó a hacer un estudio etnológico comparativo entre La Rioja y el País Vasco, divulgando algunos documentos como el intitulado ‘Fazaña de Ojacastro’ (siglo XIII) donde demuestra que el euskera fue un idioma habitual en el Alto Oja a lo largo de aquel siglo. Y dice más: el vasco se habló tardíamente, por lo menos en la Alta Rioja, en la Bureba y cercanías de Burgos. Menéndez Pidal en el III Congreso de Estudios Vascos (1923) aseguró también que el vascuence tendría sido hablado hasta por los vacceos de la Tierra de Campos (¡?). Y llevemos en cuenta que Ramón Menéndez Pidal no es vasco, y sí natural de La Coruña/Galicia. En consecuencia, y aunque sean restos de una época tardía (siglos IX/X), los vascones pasaron el río Ebro y algunos de sus principales afluentes (el río Oja, por ejemplo), (re) poblaron primero La Rioja y después la Bureba = una comarca de Burgos, regada por una multitud de arroyos y riachuelos que desembocan en el Ebro. El ensayista, dramaturgo y crítico literario Azorín, seudónimo del alicantino José Augusto Trinidad (1873-1967), la consideraba ‘la verdadera esencia de Castilla’ y ‘el corazón de la tierra de Burgos’. Configurada como la Merindad de la Bureba dio personalidad política a esa zona burgalesa hasta el siglo XVIII. Aquí vamos encontrar los pueblos de Prádanos de Bureba y Prádanos del Tozo, muy parecidos geográficamente a nuestro Prádanos de Ojeda, con sus iglesias, ermitas, cosechas y prados circundantes, ciertamente de menor visibilidad histórica que nuestro amado pueblo, pero localidades casi idénticas en su repoblación castellana. Las semejanzas de nombre, prados y gentes son incuestionables. Por tanto, los términos OJEDA, OXEDA o FOGUEDAS de cartularios y documentos medievales tendrían un origen vascuence con el significado de ‘bosque’ o  ‘tierra de cereales (pan’); u origen latino si decidimos inclinarnos por el término /folia/ = hoja, lo que se traduce en ‘abundancia de hojas’ llevadas por las aguas de ríos y arroyos  regionales.
                 Profundas han sido, por otro lado, las huellas dejadas por la economía del trigo y otros cereales en las tierras y campos laborables de nuestros pueblos; muchos son los topónimos relacionados con el pastoreo en los prados de siega o de dalle, tan abundantes en la comarca de La Ojeda, por ejemplo. De aquí deriva el topónimo Prádanos (tanto palentino como burgaleses). Pero no quería terminar este mi razonado sin hablar de una curiosidad semántica y relacionada con las comarcas de La Ojeda/Palencia y La Bureba/ Burgos. Como se puede ver ambas tienen algo en común: el término /bur/ encontrado en los topónimos Bur [eba]/Burgos y Bur [ejo]/Palencia. Según nos dice  Roberto Gordaliza en su obra Boedo-Ojeda y Ribera - Apuntes de Historia, Arte y Toponimia (2004), el término Burejo encontrado en un diploma del año 967 se llamó en otros tiempos de Eburi; después cambió el nombre para Vur o Bur (términos encontrados en diplomas del rey Alfonso VIII, cuando el Monasterio de Santa María y San Andrés (1181-1222), conocido comúnmente como Monasterio de San Andrés de Arroyo, fue fundado por D. Mencía López de Haro, viuda del conde Álvar Pérez de Lara (1170-1218), alférez del rey Alfonso VIII de Castilla, y regente durante la minoría de Enrique I (este murió en Palencia con apenas 13 años, debido a una teja que se desprendió del tejado y le accidentó mortalmente). El monasterio fue una fundación cisterciense, cuyo carácter se ha mantenido hasta hoy, ‘en un lugar apartado y frondoso del valle de La Ojeda’. La abadesa de San Andrés de Arroyo tenía jurisdicción civil y penal sobre varios pueblos del entorno, incluido Prádanos de Ojeda, situado a tan sólo 1km del monasterio. En todos ellos, la abadesa de San Andrés de Arroyo actuaba como ‘señora de horca y cuchillo’. Por otro lado, la importancia e influencia del monasterio en aquella comarca ha sido intensa a lo largo de los siglos. Las marcas de sus canteros se repiten en muchas iglesias rurales próximas, en todas las cuales se constata el gusto por la decoración no iconográfica del estilo típico cisterciense (foto). Pues bien: el término Burejo pudiera provenir del árabe al-buri = ‘torre’ en alusión al imponente castillo de Vega de Vur/Palencia, donde debió ser construida la famosa fortaleza de La Ojeda, en los inicios de la Reconquista. Este castillo era la única defensa y el mejor vigilante de piedra a lo largo de la calzada que conducía a la comarca de Liébana. Bur o Vur sería abreviatura de Burejo, y aludía al estrecho valle por donde discurría el río principal, acrecentado por las aguas de diversos arroyos. Otros autores sustentan que la palabra bur tendría origen vascuence, y sería un término compuesto de /Ebo/-/uri/, cuya traducción equivale a ‘castro de Eburi’ (su dueño y señor).             
           A su vez el topónimo Bureba derivaría de un radical celta, si bien no me parece tan evidente como lo hacen ver ciertos ‘historiadores’. El término Bureba, al principio,  derivaría del dios Vurovio (‘atestiguado’), una supuesta divinidad patronímica de aquella comarca. Según esta corriente, la palabra Bureba estaría formada por dos fonemas distintos: /viiro/ = ‘verdadero’ y /bor/ = ‘agua burbujeante’.  Sin embargo, no me parecen suficientes los aportes documentales ya que los nombres ‘Burueva’ y ‘Borueva’ sólo surgen en el siglo XIII, en tanto que en otros cartularios anteriores contamos con una ‘villa de Eburi’ (867), lo que nos da la idea de que se trata de un nombre propio o simple propietario. Más en consonancia con su congénere Burejo, la Bureba podría significar ‘abundancia de castros’, siguiendo la propia epopeya del árabe al-Quilia = ‘tierra de castillos’, ya que en vascuence el término Bur o Vur pudiera provenir de /Ebo/-/uri/ con el significado de ‘castro o fortaleza’, propiedad de un tal de Eburi, posiblemente un señor feudal de poco rango. Si le acrecentamos el sufijo /eban/ = verbo auxiliar vasco con función de plural y pertenencia, según Jean Leiçarraga (1571), tendríamos /bur/,+ /eban/; de ahí derivaría el término Bureba con la supresión de la /n/ final muy común en estos casos. Así la palabra bureba podría significar una comarca ‘con muchos castillos o fortalezas’, y no un lugar con ‘aguas burbujeantes’ y ‘verdaderas’ (cristalinas, creo yo), pues en la verdad tratase de una región rodeada por ‘un aro de montes que cierra aquella depresión, encajonada entre sierras y montes’ (foto). En ese arco montañoso sobresale el desfiladero de Pancorvo considerado en la historia de la Reconquista un verdadero corredor -el ‘corredor de la Bureba’-, paso obligado para todos los peregrinos (jacobeos o no) que llegaban del noroeste peninsular o de Europa, y demandan la meseta castellana. En realidad, la Bureba es antes de todo una ‘gran llanura de 900km² rodeada de altas montañas’, entre los cuales podemos citar los montes de Oca, los montes Oberenes etc, pero donde encontramos también una región dura, casi inhóspita, los páramos de Mesa-Sedano, al norte. La llanura de que hablamos es esencialmente cerealista de secano: sus inmensos campos de trigo tiñen de verde o amarillo el paisaje conforme la estación del año. Y más: según nos dirijamos al Ebro o a La Rioja, los campos se van cambiando por los viñedos. Sus ‘ríos’ son pequeños arroyos que confluyen al Tirón, Homino y Oca; los tres cursos fluviales son afluentes del río Ebro. La Reconquista abrió paso al fenómeno repoblador de los foramontanos, gentes llegadas del Norte no muy lejano: campesinos, una pequeña nobleza y hombres de iglesia. Sin los peligros sarracenos, los pueblos se agruparon alrededor de iglesias, ermitas y monasterios = fuente y camino de 44 pueblos, divididos en entidades menores, con la capital en Briviesca.
        
       

sexta-feira, 23 de maio de 2014

La Ojeda: un prólogo especial



        
            Observación: recibí diversos mensajes de gente interesada en los comentarios de mi blog. Uno de ellos me decía: ‘¿por qué no transcribe todos esos apartados en un libro histórico? Sería muy didáctico para quienes se interesan por asuntos referentes al pueblo de Prádanos de Ojeda y comarcas del Norte Palentino’. Bien pensado. Hasta para mí sería interesante, pues que yo sepa nadie hasta hoy ha colocado a nuestro pueblo en los diferentes contextos de la Historia de España. Por eso, si me decidir en seguir semejante consejo, ya tendría pronto un prólogo especial. Sería este que os coloco a continuación.
            Así, como prólogo a todas esas consideraciones ‘pueblerinas’ que encontrareis en mi blog  -su finalidad es dar visibilidad histórica a mí pueblo o tierra natal-, empezaría por este pequeño trabajo presentando algo que pocos españoles saben: ¿por qué ‘España’? ¿Por qué ‘español’? Comienzo con un presupuesto largamente discutido en la prehistoria de la península Ibérica: la España primitiva  aparece en dos hechos transcendentales para la Humanidad, en lugares relativamente próximos a Prádanos de Ojeda (a una 1h de camino, o 76/80km tanto de Altapuerca como de Santillana del Mar, coincidentemente en puntos equidistantes casi iguales).
             (1) en la Sierra de Atapuerca (Burgos)  -declarado ‘Espacio de Interés Natural’ y Patrimonio de la Humanidad (2000)- fueron encontrados restos fósiles de tres especies distintas de homínidos: Homo antecesor (antepasado más antiguo de Europa), Homo heidelbergensis y Homo sapiens (últimas especies comunes entre los neandertales). La riqueza arqueológica de la zona de Atapuerca se constituye en el yacimiento prehistórico más importante de Europa y uno de los más relevantes del mundo, con hallazgos que han cambiado la historia registrada de la Humanidad. Algunos hallazgos son de 800.000 a 1,2 millones de años, lo que nos lleva a saber quién fue el primer poblador de Europa y cuándo la ocupó, de dónde procedía y cuáles eran sus características. Como se dijo en la época (1868-1901), ‘los hallazgos de Atapuerca nos muestran paso a paso una gran parte de nuestra evolución’;
         (2) en la Cueva de Altamira, en Santillana del Mar (Cantabria), se identificó por la primera vez el arte paleolítico (1876). Las pinturas y grabados enmarcan un estilo propio de la escuela denominada ‘franco-cantábrica’, caracterizada por el realismo de las figuras representadas. Son pinturas y grabados polícromos, de ‘pinturas’ negras, rojas y ocres, representando animales, figuras antropomórficas, dibujos abstractos y no figurativos. Los calificativos de ‘Capilla Sixtina del arte rupestre’; ‘la manifestación más extraordinaria del arte paleolítico’; ‘la primera cueva decorada que se descubrió y continúa siendo la más espléndida’; ‘si la pintura rupestre [paleolítica] es el ejemplo de una capacidad artística, la cueva de Altamira representa su obra más sobresaliente’, son comentarios fantásticos y halagüeños… En realidad, estas frases elogiosas sólo retratan un poco la calidad y belleza ‘extraordinarias’ del trabajo de aquellos hombres primitivos, algunos ‘españoles’ que nos precedieron en el curso de la historia humana. El recinto de la cueva de Altamira fue declarado Patrimonio de la Humanidad (1985), y en 2008, el título se extendió a otras 17 cuevas encontradas en el País Vasco, Asturias y Cantabria, pasándose a llamar al conjunto artístico de ‘Cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico del norte de España’.   
            En verdad, los individuos ‘españoles’ que pintaron y realizaron los dibujos, grabados y pinturas en la cueva de Altamira, fueron representantes del Homo sapiens, nuestro antepasado moderno con edad de aproximadamente 30.000 años. Las pinturas datan de unos 28.000 años, y son 16 dibujos de animales polícromos y 1 en negro,  de diversos tamaños, posturas y técnicas pictóricas, 11 de ellas de pie, otros tumbados o recostados, estáticos o en movimiento, con tamaños que oscilan entre 1,40 y 1,80m. En las pinturas aparecen bisontes, caballos, ciervos, jabalíes, recovecos etc, además de signos y líneas tectiformes. Existen también pinturas de escudos  y otros símbolos que los expertos consideran ritos religiosos o de fertilidad, ceremonias de caza, magia simpática, simbología sexual y totemismo, así como móviles decorativos, escenas de caza o de simple ocio. Por eso, cabe preguntarse al respecto: ¿y quién realizó todas esas pinturas, grabados y dibujos rupestres, encontrados en la cornisa cantábrica? La respuesta nos viene de la cueva de El Castillo donde existen evidencias de que tanto el Homo neandertalensis como el Homo sapiens actual son los autores de tan excelentes pinturas, tan excelentes y extraordinarias que en sesión de la Sociedad Española de Historia Natural (1886), el director de Calcografía Hispánica concluyó: ‘tales pinturas no tienen caracteres del arte de la Edad de la Piedra, ni arcaico, ni asirio, ni fenicio, y sólo la expresión que daría un mediano discípulo de la escuela moderna’. Nadie dio fe en ‘tales pinturas’ y por eso fueron consideradas un fraude moderno.
          Por tanto, esos primitivos ‘españoles’ son sus autores, o sea, fueron pobladores de aquella zona de Altamira, en realidad tribus de cazadores-recolectores nómadas (entre 20 y 30 individuos) que utilizaban los abrigos naturales o entradas de las cavernas como vivienda, aunque no su interior. Hacían uso del fuego limpiado y renovado periódicamente para iluminarse y para cocinar. Entre estos primeros ‘españoles’ debió existir una estructura social jerarquizada, lo que les permitía organizar partidas de caza de grandes animales = presas que no hubieran sido accesibles sin una cierta organización tribal. Estos ‘españoles’ prehistóricos cazaban y consumían una parte en el mismo sitio de la caza, mientras las piezas más carnosas eran porteadas: los cápridos y los ciervos fueron sus piezas preferidas. La estructura social de estos primeros ‘españoles’ es considerada como cierta, dada la gran complejidad en relación a los medios existentes en aquella época tan distante ej.: fueron encontrados andamios y lámparas en cuevas de Lascaux/Dardoña (Francia). Estudios y excavaciones comprueban la existencia de talleres de sílex, descuartizamiento de la caza, tratamiento de las pieles, herramientas de cocina, arpones y agujas de coser, armas lanzadoras de venablos etc, así como herramientas ‘especializadas’ que utilizaron tanto en grabados como en dibujos y pinturas ej.: algunos buriles de sílex ofrecen una calidad de corte altísima. La pintura de modelado, por ejemplo, ‘alcanza su más alto triunfo en las figuras polícromas de Altamira, donde la historia del arte supo con [verdadero] asombro hasta qué grado de fidelidad en la reproducción de la Naturaleza y hasta qué altura de sentimiento artístico pudo llegar el hombre, en su humilde estado natural, hacia los 15.000 años aC’, opinan Hugo Obermaier (arqueólogo alemán), Antonio García y Bellido y Lluís Pericot (1957), estos dos últimos arqueólogos españoles: García Bellido, un ciudadrealeño, y Pericot, un catalán.  
                 La cueva de Altamira está situada en una pequeña colina calcárea de unos 120m de elevación sobre el río Saja, distante a 2km del lugar y a 5km del mar Cantábrico. La cueva debió ser un refugio privilegiado para los cazadores, pues les permitía dominar un extenso terreno y disponer de una morada accesible al mismo tiempo. La cueva en sí es pequeña, con sólo 270m de longitud, y de estructura sencilla, formada por una galería con escasas ramificaciones; termina en una larga sala estrecha y de difícil recorrido (foto esquemática). La roca  es de piedra caliza compacta y finamente cristaliza, de color amarillo parduzco uniforme. Algunas zonas se componen de calcita con manchas de siderita. Parte de la cueva fue habitada durante generaciones desde comienzos del paleolítico superior. En tiempos prehistóricos debió de recibir alguna iluminación natural, pero varias salas y corredores se encuentran fuera del alcance de la luz solar, lo que nos lleva a pensar que casi toda la actividad pictórica se desarrolló con luz artificial = uso del tuétano de huesos como combustible de las lámparas. Se ha comprobado que esta médula con una mecha de fibras vegetales produce una iluminación intensa, cálida y sin humo y olores. Detalle curioso: los pintores de la cueva de Altamira solucionaron varios problemas técnicos en su representación plástica, tales como el realismo anatómico, el volumen, el movimiento y la policromía. Para tener una idea de la ‘perfección técnica’ de las pinturas de Altamira, el conjunto polícromo del Gran Techo sugiere ‘una familia de bisontes tal como viven hoy en los bosques situados entre Rusia y Polonia: machos, hembras y pequeños bisontes, en posturas y actitudes diversas’, nos dice Seoane y Saura (1999). El bisonte es el animal más representativo, con 17 ejemplares polícromos, de diversos tamaños y posturas. El Bisonte encogido es una de las pinturas más expresivas y admiradas de todo el conjunto (foto inicial). También la Gran cierva, la mayor de todas las figuras representadas con 2,25m. Esta pintura manifiesta una perfección técnica magistral y es una de las mejores formas del Gran Techo. El Caballo ocre (un tipo de poni frecuente en la cornisa cantábrica en la época) es una de las figuras más antiguas del techo. Está inmóvil y aparece con color negro en la crin y parte de la cabeza. Hasta hoy, es un misterio el verdadero motivo de las pinturas de Altamira: según los entendidos, ellas serían símbolos ligados a la caza y a la fecundidad. Matilde Seoane y Saura (1950-2010), pintora y experta en arte rupestre, nos dice: las pinturas ‘no corresponden a una voluntad individual sino a una voluntad social. La solución impecable nos hace pensar en la selección de la persona que las realiza y la importancia de ello para los demás miembros de la tribu’. André Leroi-Gourhan (1911-1986), un famoso arqueólogo francés, va más allá; dice que las cuevas eran templos o santuarios = ‘espacio solo destinado para ciertas personas’. Para él la Gran sala de Altamira sería un templo, o una especie de bestiario, dada la discrepancia ente lo representado y los restos alimenticios allí encontrados.
               La cueva de Altamira es Monumento Nacional desde 1924; y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1985. En las décadas de 1960/70, se incrementaron las visitas a la cueva -yo la visité en 1979; me llevé una enorme decepción. Por increíble que parezca, no tenía nadie guardando la entrada; después supe que estaba clausurada al público. En 1973, la habían visitado nada menos que 174.000 personas, llevando al Estado a sólo permitir la entrada de 8.500 visitantes/año, pues corrían peligro el microclima y la conservación de las pinturas. Así, debido al gran número de personas que deseaba ver la cueva y el largo período de espera antes de entrar al recinto se planteó la necesidad de construir una réplica - es la Nueva Cueva de Altamira, una reproducción fiel y muy similar a la caverna de 15.000 años atrás. En la reproducción se utilizaron las mismas técnicas de dibujo, grabado y pintura que emplearon los pintores paleolíticos. La copia llevada a cabo por Pedro Saura y Matilde Múzquiz, respectivamente, catedrático de fotografía y profesora titular de dibujo de la Facultad de Bellas Arte de la Universidad Complutense de Madrid, fue tan perfecta que durante el estudio de las pinturas originales se descubrieron nuevos dibujos y grabados. Después de muchas marchas y contramarchas, la cueva de Altamira está abierta al público de forma experimental, desde febrero hasta agosto de este año (2014), con entrada limitada a sólo 5 visitantes por día y 37 minutos para evaluar el impacto ambiental. La influencia social y cultural de la cueva de Altamira ha hecho eco en el mundo de la pintura con la creación de diferentes instituciones afines ej.: la Escuela de Altamira, dedicada a la pintura moderna. Pablo Picasso, luego enseguida de su visita a la famosa cueva de Santillana del Mar, tendría dicho: ‘después de Altamira, todo parece decadente’. Exageros aparte, muchos artistas de ramas diversas también han entendido la importancia y sensación única después de una visita a este sitio prehistórico. En 1965, se creó un tebeo donde se narraban las aventuras del personaje Altamiro de la Cueva, con hombres primitivos que moraban en las cavernas, pero mostrados como gente moderna en taparrabos. El logotipo utilizado por el gobierno de Cantabria se basa en uno de los bisontes de la cueva de Altamira como promoción turística y cultural. El bisonte es uno de los 12 Tesoros de España desde 2007. Para quien no lo sabe aquí están las 12 maravillas hispánicas por votación masiva: (1ª) la Mezquita de Córdoba; (2ª) las Cuevas de Altamira/Cantabria; (3ª) la Catedral de Sevilla; (4ª) La Alhambra de Granada; (5ª) la Basílica del Pilar de Zaragoza; (6ª) el Parque Nacional del Teide/Islas Canarias; (7ª) el Teatro Romano de Mérida/Badajoz; (8ª) la Catedral de Santiago de Compostela/Pontevedra; (9ª) el Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia; (10ª) la Basílica de la Sagrada Familia/Barcelona; (11ª) la Playa de la Concha de San Sebastián/Guipúzcoa; (12ª) el Museo Guggenheim/Bilbao (Vizcaya).  
          Entretanto, el objetivo principal como me hice entender al principio de este prólogo es saber ¿por qué España? Y también, ¿por qué españoles? Todos saben que España (o Reino de España, como es conocido internacionalmente) es un país soberano, miembro de la Unión Europea,  constituido en Estado social y democrático de derecho, con una forma política de gobierno, también democrática y parlamentaria - la monarquía española. Su territorio está organizado en 17 Comunidades Autónomas y dos ciudades autónomas (Melilla y Ceuta). La capital del reino es la villa de Madrid, con 3,3 millones de personas y un área metropolitana de 6,5 millones de habitantes (2013). No sabía de este detalle: el municipio de Llivia, en los Pirineos, es un enclave rodeado totalmente por territorio francés; España posee también un número considerable de islas e islotes frente a sus costas peninsulares. Infelizmente, nuestro país vive con un espino clavado en sus pies = Gibraltar, actualmente un territorio perteneciente al Reino Unido. España detiene una extensión de 504.645km² (es el 4º país más extenso de Europa después de Rusia, Ucrania y Francia), y una población de 47,2 millones de habitantes. Con una altitud media de 670m, España es uno de los países más montañosos de Europa; sólo pierde para Austria y Suiza. El castellano o español es el idioma hablado por 90% de los españoles; se habla también el catalán, el gallego (muy parecido con el portugués) y otros dialectos regionales, algunos reconocidos como cooficiales conforme a los Estatutos de Autonomía, junto con el castellano. En la economía mundial, a pesar de la crisis severa por la cual está pasando hoy en día, España ocupa el 13º lugar, con un PIB (nominal) de U$ 1.355.660 millones, y PIB per cápita de U$ 30.408/año; su IDH es de 0,885 (23º), considerado muy alto (2012) por las estadísticas del género, incluso por delante de países  desarrollados como Italia y Reino Unido. Detalle interesante, aunque no decisivo: es el país con mayor presencia de multinacionales, atrás de Japón, Australia, Hong Kong y Canadá. Pero tiene algo insoportable: es el país con mayor desigualdad económica y social de la Eurozona, referente al Coeficiente de Gini (CG) = un parámetro internacional para medir la desigualdad en los ingresos y de la riqueza per cápita del país. España ocupaba el 51º lugar con 0,340 CG, después de Etiopia e igual coeficiente a Níger, en una lista de 160 países. Un coeficiente alto (próxima de 1) significa que los ingresos del país son obtenidos por un número pequeño de ricos; un coeficiente bajo (próximo de O) significa mayor igualdad social y económica.
         España posee un nombre hermoso, fuerte y vibrante como pocos, pero su etimología es muy contestada en la historia. Los griegos designaban al conjunto peninsular y su geografía montañosa con el topónimo  Iberia (término helenístico); ya los romanos la llamaban de Hispania (término latino). A lo largo de 700 años, esta Hispania de que hablamos fue dominada por Roma, de donde retiraba enormes recursos materiales y humanos, al mismo tiempo en que se tornaba una de las regiones más estables del imperio Romano. De inicio, la organización política del inmenso territorio sufrió profundos cambios: fue dividida en dos provincias, Hispania Citerior (franja mediterránea), después rebautizada de Tarraconense, e Hispania Ulterior (todo el interior geográfico), subdividida en Bética y Lusitania, a las cuales se acrecentaron otras dos provincias: Cartaginense y Gallaecia (actual Galicia). Al final del imperio Romano, se sumaron otras dos provincias: Baleárica (islas Baleares) y Mauritania Tingitana (África do Norte). Por tanto, la Hispania romana quedó dividida en 5 provincias peninsulares (Tarraconense, Bética, Lusitania, Cartaginense y Gallaecia) y otras dos provincias externas, Baleárica y Mauritania Tingitana. Con la desintegración del imperio Romano, y la subida al poder de los visigodos, la península Ibérica permaneció dividida en 8 provincias: seis romanas y dos nuevas provincias visigodas, Cantabria y Asturias.        
               Así, en cuanto no tenemos cualquier problema en su división política en tiempos romanos, nos deparamos con varias hipótesis para explicar el origen etimológico de España, todas ellas muy controvertidas:      
            (1ª) ‘Hispania’ fue el nombre que fenicios y cartagineses dieron a la ‘península más occidental’ del mar Mediterráneo. Y parece que por un motivo curioso: i-spn-ya significa ‘tierra de conejos’ debido a la gran cantidad de estos leporídeos encontrados en aquella región = Malaca/Gades/Hispalis, ciudades con las cuales realizaban un intenso comercio. Los romanos  continuaron usando el nombre de Hispania dado por los cartagineses (derrotados en las Guerras Púnicas), a la actual península Ibérica. Varios ‘historiadores’ romanos como Catón, Tito Livio, Cicerón, Plinio el Viejo, Julio César y, particularmente, Cayo Valerio Cátulo (87/54 aC) = un sofisticado y controvertido poeta romano,  se refieren a Hispania como ‘tierra abundante en conejos’. Algunos entienden que no se trata de conejos propiamente dichos, y si de otros animales parecidos y frecuentes en el Creciente Fértil llamados damanes, lo que me parece desnecesario, pues Andalucía siempre fue rica en conejos como lo demuestra la existencia del Lince, un animal cuya dieta alimentaria diaria exige 90% de conejos, suponiendo por tanto una cantidad ilimitada de esos animales. Existen personificaciones de la Hispania ‘cuniculosa’ (conejera) ej.: en monedas cuñadas en tiempos del emperador Adriano (nacido en Hispalis, 76 dC) aparece una dama sentada con un conejo a sus pies. El término i-spn-ya (o mejor, sphan, en arameo y fenicio no existen vocales) es traducido por ‘norte’ en alusión al nombre dado por los fenicios a la región geográfica situada al norte de África. Por tanto, España significaría ‘isla del norte’ (Cándido Trigueros). Ya otro filólogo, José Luis Cuchillos, dice que la radical span o spy significaría ‘forjar metales’. En este caso, España sería la ‘tierra en la que mejor se forjan metales’ (¡?);
        (2ª) aunque el origen fenicio sea el más plausible, otras teorías proponen diversos significados basados en similitudes y significados más o menos relacionados con el topónimo Hispania. Antonio Nebrija, siguiendo el parecer de san Isidoro de Sevilla, defiende un sentido autóctono, o sea, Hispania derivaría del vocablo [ibérico] griego Hispalis = ‘gran ciudad de occidente’, por ser Hispalis/actual Sevilla la principal ciudad de la península Ibérica en aquella época; los romanos, por extensión semántica, llamaron a todo el territorio peninsular de Hispania. Un vasco de Éibar/Guipúzcoa, Juan Antonio Moguel (1745-1804) -‘figura relevante de la intelectualidad vasca’ (sacerdote)- sostiene que Hispania podría derivar de la palabra vascuence Izpania > con el sentido de ‘dividir’ o ‘partir al medio’, aludiendo al estrecho de Gibraltar que sirve de divisoria  entre Europa y África. En esta misma dirección, siguen otras hipótesis  que hacen derivar el topónimo Hispania de dos reyes legendarios griegos, Hispalo y su hijo Hispan, descendientes de Hércules Libio. En los Annales y Memorias Cronológicas se dice textualmente: ‘A Hispalo, fundador de Hispalis (actual Sevilla), sucedió su hijo Hispan, de cuyo nombre tomó España el suyo. Hispalo reinó 17 años, e Hispan 30’.  
       (3ª) la historiografía usa indistintamente Hispania e Iberia como sinónimos derivados, respectivamente, de hispanus  e iber,  para referirse a los pueblos que habitaron la actual península Ibérica. Sin embargo, lo hacen con diferencias sociales y temporales. La literatura romana a través del poeta épico y dramaturgo Quinto Ennio (239-169 aC), por ejemplo, cita por la primera vez el término Hispania (200 aC), aunque los griegos hayan empleado con bastante antelación el nombre Iberia. A este respecto, podemos decir que existe una gran dificultad en unir los dos vocablos como sinónimos, porque los fenicios/cartagineses y griegos llamaron a nuestra península de Hi-shphanim = ‘isla de conejos’ y de Ophioussa = ‘tierra de serpientes’, que después alteraron para Iberia, palabra no relacionada directamente al río Ebro como sería de imaginar, sino al término geográfico iber con el significado de ‘río grande’, aludiendo al bajo curso del río Guadalquibir, realmente un río de grandes dimensiones en aquella época. Y tal vez por este motivo el término Iberia tenga comenzado en Andalucía, región muy distante del río Ebro actual. De la misma manera, al término cartaginés Ispania, conservado por los romanos, se le antepuso un H, así como hicieron con la palabra Iberia que antecedían con un H también = Hiberia. A veces, los romanos se referían a Hispaniae = Hispanias (Españas), así como hicieron con Galliae = Galias (Francia), debido a la subdivisión en provincias senatoriales = territorios administrados por procónsules a partir de 117 dC, tras la pacificación de sus pueblos; ya las provincias imperiales, administradas por un Legatus Augusti, eran territorios aún no pacificados y, por eso, separados por los famosos limes = límites fronterizos del imperio Romano con grandes murallas para defenderse de las frecuentes invasiones bárbaras. Con la reforma de Diocleciano (305), las provincias se subdividieron en un centenar de territorios que se agruparon en 12 circunscripciones geográficas llamadas diócesis (= 6 en Oriente y 6 en Occidente), al frente de las cuales estaba un vicarius subordinado a los dos prefectos del Pretorio, uno para Oriente y otro para Occidente;
      (4ª) existen otras versiones topográficas: los fenicios y cartagineses llamaban asimismo a la actual península Ibérica de Span o Spania, con el significado de ‘lugar oculto, escondido o remoto’, en alusión a la región considerada Finis Terrae = el fin de la tierra conocida en sentido geográfico. De hecho, desde Fenicia (actuales Líbano e Israel) hasta el estrecho de Gibraltar son casi 2.500km: si consideramos los barcos de aquel tiempo, el viaje debía ser realmente una ‘eternidad’. España también es llamada por escritores romanos de Hesperia o Hesperia última = ‘tierra del occidente’ o ‘última tierra’ antes de llegar al Gran Océano. Con la Pax Augusta, la Hispania romana (inicio del siglo I) es comentada por varios escritores, entre los cuales sobresalen Estrabón (geógrafo griego), Trogo Pompeo  y Tito Livio (historiadores romanos). Estrabón (63 aC a 24 dC), autor de la monumental Geographia (17 libros) usa muchas veces el término Iberia refiriéndose a España: ‘dicen algunos que las designaciones de Iberia e Hispania son palabras sinónimas;  los romanos designan a la región entera (la Península) indiferentemente con los nombres Iberia e Hispania, y a sus dos partes llaman Citerior y Ulterior’. Ya el historiador franco-romano Trogo Pompeo (31 aC a 14 dC?), en su Historiae Phillipicae (44 libros), habla del pueblo hispano de la época: ‘tienen el cuerpo dispuesto para la abstinencia y el cansancio, y si necesario para morir luchando. Todos ellos son dueños de una dura y austera sobriedad. En tantos siglos de guerra con Roma no tuvieron ningún otro capitán a no ser Viriato, un hombre de tal virtud y continencia que, después de vencer a los ejércitos consulares durante 10 años, nunca quiso distinguirse en su modo de vida de cualquier otro soldado raso’. También el gran historiador romano Tito Livio (59 aC a 17 dC) en su obra Ab urbe condita libri (142 libros de los cuales apenas 35 llegaron hasta nosotros) = relata la historia de Roma desde su mítica fundación (753 aC). Es considerado uno de los mayores historiadores de todos los tiempos. Quintiliano decía de él: ‘ningún historiador resume las emociones con tamaña perfección’. Pues bien: Tito Livio describe el carácter y temperamento de los primeros ‘españoles’: ‘son ágiles, belicosos, inquietos. Hispania es muy distinta de Italia, más dispuesta a la guerra debido al terreno agreste de su geografía y al ingenio de sus hombres’. Otro historiador y amigo del emperador Adriano llamado Lucio Aneo Floro (vivió en Roma y en Tarraco/Hispania), de origen africano y autor de Compendio de la Historia Romana (siglo I/II), así se pronuncia sobre Hispania: ‘la nación hispánica, o Hispania Universal, no consiguió unirse contra Roma. Defendida por los montes Pirineos y por el mar Mediterráneo, podía haberse tornado inaccesible. Su pueblo fue siempre muy valiente, pero poco jerarquizado, o sea, a pesar de cada tribu o pueblo tener su líder no existió una forma clara de coordinación’. Interesante, estas palabras parecen actuales, pronunciadas por alguien que conoce profundamente a los españoles.                  
             Con el pasar del tiempo se utilizó una forma secundaria de referirse a España - el término Espania, posiblemente una forma visigoda de esbozar la unidad peninsular, y referirse por la primera vez en la historia a la Madre España (cf. San Isidoro de Sevilla, en Historia Gothorum). El prólogo a esta magnífica obra conocido como De laude Spaniae es digno de uno de los mayores teólogos católicos de todos los tiempos, matemático y doctor de la iglesia, además de arzobispo de Sevilla por más de 30 años. Es considerado el mayor erudito y primer compilador medieval. Además, san Isidoro de Sevilla fue el primer y gran escritor a usar el término Hispania no apenas en sentido geográfico, sino también como nación goda: ‘tú eres, oh España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el Ocaso, sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la nación goda […]. Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del cielo, te nutres de felices y blandos céfiros’… Son palabras de ‘un hombre elegido por Dios para salvar a los hispanos de la marea de barbarie que amenazaba con inundar la civilización clásica en Hispania’ [Braulio, Obispo de Zaragoza (631)]. Y para terminar este parágrafo, cito las palabras del VIII Concilio de Toledo (653): san Isidoro de Sevilla, fue ‘el extraordinario doctor, el último ornamento de la iglesia católica, el hombre más erudito de los último tiempos, el siempre nombrado con reverencia’. Y con razón se tejen esas elogiosas palabras, pues gracias a san Isidoro de Sevilla penetraron en Europa los trabajos de Aristóteles y otros sabios griegos, como puede comprobarse en su obra más famosa Etimologías > una extensa compilación en la que almacena, sintetiza y condensa todo el conocimiento de la época.
       La evolución tanto del término España como el adjetivo español se concretizaba a través de los múltiples usos culturales: en tiempos de los romanos, Hispania abarcaba no sólo los territorios de la península propiamente dicha, sino también las islas Baleares y parte del norte de África - la provincia Mauritania Tingitana (actual Marruecos). Después, desde la caída del imperio Romano (409) hasta el Renacimiento (siglo XV) los topónimos Hispania e Iberia fueron relativamente inestables, tanto desde el punto de vista semántico como geográfico. El rey visigodo Leovigildo, tras unificar a la España peninsular con la conquista de Cantabria (574), se intituló rey de Galicia, Hispania y Narbona. San Isidoro relata la búsqueda de la unidad peninsular en tiempos del rey Suintila (588-633), cuando se habla de la Madre España. Entre sus mayores hazañas internas está el sometimiento de los vascones que saqueaban la provincia Tarraconense; y entre las externas la expulsión definitiva de los bizantinos, completando de esta manera la unificación territorial de la península, un sueño vivido diariamente  por sus antecesores. En Historia Gothorum (de san Isidoro de Sevilla),  Suintila aparece como el primer rey ‘Totius Spaniae’. El topónimo Hispania pasa entonces a designar todos los reinos medievales de la península Ibérica, incluso las islas Baleares. Con la invasión musulmana el término Spania o España, indistintamente, se transforma en  Isbá-nía = ‘tierra de oro’, deturpado por la literatura árabe. Desde entonces hasta la toma de Granada (1492) pasó a ser llamado España al territorio exclusivamente dominado por los musulmanes. Alfonso I de Aragón el Batallador realizó una incursión contra la región andaluza de Málaga (1126), y dijo en aquel momento que se dirigía ‘a las tierras de España’, o sea, a los dominios musulmanes.  Sin embargo, a partir del siglo XII el término España y no más Hispania  pasa a designar definitivamente a todos los territorios de la península Ibérica (cristianos o árabes), consagrados en la expresión clásica de los Cinco Reinos  de España: Castilla y León, Aragón (incluido el condado de Barcelona), Navarra, Portugal y Granada (entonces aún musulmana). Después, a medida que avanzó la Reconquista varios reyes se autoproclamaban príncipes o reyes de toda España. Aquel rey de Aragón citado arriba (Alfonso I), tras unificar los reinos de Aragón y Castilla al casar con Urraca I, hija de Alfonso VI, rey de Castilla y León (1109) -el casamiento se celebró en el castillo de Monzón de Campos/Palencia con Pedro Ansúrez apadrinando el enlace, y al cual pertenecía Prádanos de Ojeda-, decía y con mucha firmeza que reinaba ‘en toda la tierra de cristianos y sarracenos de España’. En realidad fue un rey muy contestado en Castilla y León, pues tuvo la oposición de distintas facciones políticas contrarias a la unión de ambos, Alfonso I de Aragón y Urraca I de Castilla y León. D. Urraca reclamaba de su marido porque ‘usaba de gran tiranía […], y afirmaba que con gran furor y odio procuraba la muerte del infante, creyendo sucederle en el trono. Y con esto iban incitando y conmoviendo contra él los pueblos’.
         Ya el gentilicio ‘español’ evolucionó de manera distinta a lo que sería de esperar, así como ocurrió con Hispania. Hay varias hipótesis para explicar este comportamiento: unos piensan que el sufijo ‘ol’ destaca la procedencia étnica caracterizando e individualizando más a las lenguas provenzales que a las lenguas románicas entonces habladas en la península Ibérica. Por eso sería un término importado a partir del siglo IX, y se desarrolló gracias al fenómeno de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, siendo una adaptación de los francos a través del término latino hispani del cual derivaría ‘espagnol’ = ‘espanyol’ = ‘espannol’ = ‘espanhol’ = ‘español’. Otros piensan simplemente que el término español es autóctono, pues aparece en numerosos textos a partir del  mismo siglo IX. En realidad, tendrían sido las personas eruditas o élites formadas en los primeros Studia Generalia (predecesores de las Universidades), los verdaderos promotores del término ‘español’ o ‘españoles’ para diferenciarse de los alumnos extranjeros o de otras regiones europeas. El término plural ‘españoles’ aparece 24 veces en un cartulario (manuscrito) de la catedral de Huesca (1139-1221). También en la Estoria de España, redactada entre 1260/74 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se usa exclusivamente el término ‘españoles’ para designar a los habitantes de España. Consulté dos textos históricos que nos hablan del término ‘españoles’ > el primero es del más ilustre de los escritores portugueses y autor de Os Lusiadas, Luis Vaz de Camões (1524-1580): ‘castellanos y portugueses, porque españoles lo somos todos’. El otro texto es de Bernat Desclot (¿-1287), un historiador y cronista catalán, narrador de una expedición del conde de Barcelona (¡?) para salvar a una mujer ultrajada en Córdoba: ‘señor, yo soy un caballero de España y oí decir en mi tierra que una princesa fue raptada por un caballero de vuestra corte’. Por otro lado, los españoles de que hablamos en estos textos se originaron de los pueblos, que escritores griegos y romanos denominaron iberos = pueblos y ciudades que se situaban a lo largo del litoral mediterráneo occidental, concretamente desde el sur de Languedoc-Rosellón (Francia) hasta Andalucía (España), y descendían de las primeras migraciones establecidas en la península algunos milenios antes. Con la dominación romana, la alianza de celtas e iberos se tornó más fuerte, aunque eran pueblos de cultura y etnia diferentes. La pregunta más incisiva es, ¿de dónde procedían los iberos? La teoría más acepta sugiere que eran originarios del norte de África. Su migración tendría ocurrido a través del estrecho de Gibraltar en el siglo VI aC, y a lo largo del tiempo fueron ocupando la franja de tierra entre Andalucía y Languedoc debido al comercio con los fenicios = fundadores de varias colonias comerciales ej.: Gades. Más tarde serían asimilados por los celtas (siglo I aC), formando el pueblo conocido como celtibero.     
              El nombre de iberos es una incógnita en abierto: en mi opinión podrían ser bereberes o pueblos fenicios que llegaron hasta el río Guadalquibir (en árabe, ‘río grande’), un iber  localizado en aquella región en torno de las ciudades Gades/Hispalis, como anotamos líneas arriba. Por tanto, iberas serían las poblaciones localizadas en torno del río Guadalquibir, más concretamente en torno de las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. El historiador griego Heródoto en su libro Historia usa el topónimo Iberia para designar a toda la península, si bien este nombre ya era utilizado por los Tartessos = pueblo gobernado por ‘una monarquía instalada en un país rico en productos agrícolas, ganaderos y minerales’ (oro, plata, estaño, cobre y hierro). Su capital podría ser Tarta o Turta, situada en algún lugar de los alrededores del gran delta del Guadalquibir, tal vez en el cauce del Tartessus/Guadalquibir = único río con entidad suficiente como para ser considerado ‘el más largo de Iberia’. Algunos historiadores identifican la ciudad de Tarta con Gádir de ‘fundación fenicia’, pues la palabra ‘gádir’ significa simplemente ‘recinto amurallado’. El hecho de ser una ‘monarquía autoritaria’ donde la inmensa mayoría de la población trabajaba en minas, agroganadería y pesca ya nos remite a los fenicios. Otro dado fenicio proviene de su religión: adoraban al dios Baal o Melkart y a la diosa Astarté, divinidades fenicias. En el siglo VI aC, los tartessos desaparecen abruptamente en la historia, posiblemente ofuscados y asimilados por Cartago; los romanos llamaron a la bahía de Cádiz de ‘Tartessius sinum’, aunque el reino ya no existiera más en aquella época. El arqueólogo, hispanista y alemán Adolf Schulten (1870-1960) murió sin poder realizar su sueño: encontrar la capital de los Tartessos. Llegó a pensar que la ciudad estuviese enclavada en el actual Parque Doñana. Entre los textos más interesantes sobre este pueblo está el de Pausanias (115-180 dC), viajero, geógrafo e historiador griego: ‘dicen que Tartessos es un río en la tierra de los iberos, llegando al mar por dos bocas  [ríos Tinto y Odiel], y que entre esas dos bocas se encuentra una ciudad de ese mismo nombre. El río que es al más largo de Iberia y tiene marea, llamado en días más recientes Baetis (actual Guadalquibir). Hay algunos que piensan ser Tartassus el nombre antiguo de Carpia, una ciudad de los iberos’. En la Biblia hay varias referencias a Tarsis: muy elucidario es aquel texto del profeta Ezequiel en que se habla del comercio entre Tiro y Tarsis. Historiadores modernos identifican Tarsis con Tartessus, y se refieren a ella como una colonia fenicia y ‘un de los principales mercados en relación a la ciudad de Tiro, tal vez la fuente que exportaba las mayores riquezas en oro, plata, estaño y hierro’. Los navíos de Tarsis simbolizaban la exaltación, el orgullo y la altivez de sus navegadores. Pero una cosa se queda manifiesta: cuando los fenicios y griegos comenzaron a comerciar con ‘Iberia’, ese país ya estaba poblado y sus habitantes [nativos] exportaban plata, chumbo, hierro y estaño, minerales que los mercaderes fenicios buscaban con avidez en aquella región.   
                 El nombre Iberia y, por ende, sus habitantes llamados iberos, en un principio, se refería a una pequeña parte de la península, probablemente a la provincia de Huelva, más concretamente a su capital situada en la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel. En tiempos del historiador griego Polibio, Iberia o iberos (pueblos) abarcaba sólo la parte costera mediterránea de la península, prevaleciendo más el criterio geográfico que el carácter étnico de sus habitantes. Este historiador dice textualmente: ‘se llama Iberia a la parte que cae sobre Nuestro Mar [Mediterráneo], a partir de las columnas de Hércules. Pero la parte que cae hacia el Gran Mar Exterior [Atlántico], no tienen nombre común a toda ella, a causa de haber sido reconocida recientemente’. Muchos creen que el término geográfico iber es de origen ibero, por ser el modo como estos pueblos nombraban a los ríos en general, así como los árabes llamaban a cualquier río de wadi. De hecho, se ha comprobado que desde Andalucía hasta el río Ródano  (Francia) -Esquilo llegó a escribir que ‘el [río] Ródano corría por Iberia’- existe una gran cantidad de ríos que conservan la radical iber. Algunos filólogos vascos encuentran en el topónimo Iliberris o lliberris (la Granada romana) como siendo el idioma ibero un ancestral del vascuence. El griego Estrabón (63 aC a 24 dC), aunque nunca estuvo en nuestra Península, es el historiador que más traza pormenores de Iberia: ríos, montañas, límites, costas, poblaciones, ciudades, cultivos, rasgos culturales, navegantes, pobladores etc. En su tratado Geographía (libro 3º), hace la primera descripción ‘vía satélite’ de España: ‘Iberia se parece a una piel de toro, tendida en sentido de su longitud de Occidente a Oriente, de modo que la parte delantera mire a Oriente y en sentido de su anchura del septentrión al Mediodía’. Las primeras descripciones de los pueblos ‘iberos’ aparecen en Ora marítima, del historiador y poeta griego Rufo Festo Avieno (siglo IV dC): ‘los iberos se llaman así justo por este río, pero no por aquel río [Ebro] que baña a los revoltosos vascones. Pues a toda la zona de este pueblo que se encuentra junto a tal río, en dirección a occidente, se le denomina Iberia’.
           Los iberos no eran un grupo étnico homogéneo: aunque compartían ciertas características comunes, divergían en muchos otros aspectos de los demás pueblos vecinos. No se sabe detalladamente el origen de estos pueblos. Hay varias teorías, siendo la más plausible y aceptada por los estudiosos aquella  que hace referencia al norte de África. Los iberos se habrían asentado inicialmente a lo largo de la costa oriental de Iberia y, posteriormente, se propagaron hasta los ríos Duero y Ebro donde se mezclaron con los celtas, pueblos que cruzaron los Pirineos en dos grandes migraciones (siglos IX/VIII aC), provenientes de La Tène (sur de Francia) y Hallstatt (Alta Austria). Los celtas se establecieron en su mayor parte al norte del río Duero y al sur del Ebro, donde se mezclaron con los iberos para conformar el grupo celtibero = pueblo resultante de la  fusión de los celtas e iberos, pero diferenciados de sus vecinos, tanto de los celtas asentados en la meseta castellanoleonesa (vacceos) como de los iberos de la costa mediterránea.  Por eso, resulta difícil asignar territorios y fronteras concretas a esta amalgama de pueblos. El término celtibero es usado por los expertos porque entre los celtas de Hispania nororiental existen patrones culturales compartidos con los iberos, pero el origen y el grado de implicación con las poblaciones nativas son muy controvertidos debido a las diferentes oleadas migratorias en dirección a la península Ibérica. Entre los varios grupos, destaco el belga proveniente del Bajo Mosela y Rin, porque se asentó en tierras del Alto Ebro y región cantábrica ej.: autrigones, vacceos, pelendones, arévacos etc. Estrabón  cite ‘cuatro  pueblos en que están divididos los celtiberos’.  El pueblo más poderoso es el de los arévacos: sus ciudades más importantes son Segeda y Pallantia, pero la más famosa es Numancia por haber derrotado en batalla varios ejércitos romanos. Un tal de Posidorio, citado por Estrabón, afianza que los celtiberos ‘eran muchos y dueños de abundantes bienes, aunque habitasen en una región tan poco fértil’. De acuerdo con Avenio ya citado, los celtiberos eran pueblos del interior peninsular, menos civilizados y de ascendencia indoeuropea, em oposición a los pueblos iberos de la costa mediterránea, más conocidos y cultos y de origen norteafricana (fenicia/cartaginesa/griega). A finales del siglo III, el interés estratégico de Roma hizo aumentar la información no sólo desde el punto de vista geográfico, sino también desde el punto de vista económico, social, religioso etc. La localización geográfica de los celtiberos era determinada por una zona restricta a Celtiberia > ‘una región grande y desigual, siendo su mayor parte áspera y bañada por ríos’. Estragón la sitúa entre tres ríos importantes: el Duero que ‘pasa por Numancia y Serguntia’,  el río Tagus (Tajo) que discurre al sur, y  donde los lusones habitan, ‘cerca del río Ebro’; son vecinos de los numantinos.  
             En realidad, Celtiberia fue un ‘país pobre y dividido en cuatro pueblos’, según  Estrabón. Son ellos: (1) los arévacos = ‘el pueblo más poderoso que habitaba la región oriental y meridional’. Su capital era Numancia, pero su influencia llegaba hasta la Pallantia romana; (2) los carpetanos = ‘vecinos de las fuentes del Tajo’, que eran limítrofes a los arévacos. Su capital era Carpentaria (Toledo); (3) los lusones  = ‘pueblo que habitaba la parte oriental y limitaba también con las nacientes del Tajo’, en torno de Turiaso = actual Tarazona (Zaragoza); y (4) los belos, aunque Estrabón no los cite, fueron ellos que motivaron la guerra, pues aumentaron las murallas de su capital Segeda (actual Mara/Belmonte) contra las órdenes expresas de Roma. Además no se conformaban en pagar nuevos impuestos a los romanos, llevando a los habitantes de Numancia  (sus vecinos) a una guerra sin cuartel contra el imperio Romano. Celtiberia, en verdad, fue un territorio cambiante y un ‘rompecabezas’ de pueblos distintos, pero unidos contra el poderío de Roma. Además, las guerras de conquista y el posterior proceso de romanización se desarrollaron en su territorio, aunque resulta difícil una delimitación geográfica exacta y precisa. De acuerdo con los historiadores griegos y romanos, la península Ibérica, durante la Edad del Hierro (a partir del año 1.000 aC), quedó unificada por sus actividades económico-culturales: las habilidades metalúrgicas, la lengua y su régimen de subsistencia más o menos pastoril, y estaba dividida en varios grupos culturales independientes y de cronologías distintas. De ahí la dificultad  encontrada por los historiadores en delimitar su ámbito geográfico, y mucho más difícil aún encuadrar el momento etno-cultural de sus pueblos, pues son esencialmente diferentes a otras comunidades con el mismo patrón cultural y lingüístico. La Celtiberia se caracterizó por agrupar a una serie de pueblos con características comunes, muchas de ellas de origen céltico y con algunos rasgos culturales que los aproximaban a los iberos, o sea, a los pueblos situados a la margen derecha del río Ebro y las nacientes de los ríos Duero y Tajo. Y más aún: la mayoría de esos pueblos tenían una cierta conciencia de unidad y pertenencia a la misma cultura, aunque las ciudades y el sentimiento de pertenencia eran antes de todo el territorio de referencia y apego a la tierra de sus antepasados. Los historiadores hacen cuestión de resaltar precisamente esta característica: los arévacos (el pueblo más poderoso de Celtiberia), los carpetanos, los bellos/titos y los lusones estuvieron relacionados por la proximidad geográfica y pactos militares.    
                 Por otro lado, los habitantes de Celtiberia o celtiberos, no son exactamente la suma de celtas e iberos, sino el resultado de una evolución histórica, así como de influencias y relacionamientos de unos pueblos con los otros. Su religión y su lengua tienen origen céltico, siendo su alfabeto una adaptación del ibero, así como lo son  sus ciudades, cultura utilitaria y su arte, principalmente la cerámica. La base económica  de estos pueblos es la agricultura donde predominan las cosechas de cereales (trigo y cebada), viñas y olivares; y la ganadería, cría cerdos, ovejas y cabras = una economía preferentemente pastoril. Hasta hoy son renombradas sus cerámicas, epigrafías y numismática. Los lusones, belos y  titos fueron los primeros a doblegarse a los romanos; se localizaban en zonas de las actuales provincias de Zaragoza, Teruel y Guadalaja. Los titos, belos y arévacos participaron de la II Guerra Celtibérica = esta contienda destruyó Numancia, capital de los arévacos y símbolo principal de la resistencia contra Roma. Los tres pueblos presentaron duras batallas a los romanos, derrotándolos en 153 aC ante los muros de la propia Numancia. Las fuerzas celtibéricas eran de apenas unos 10.000 hombres y eran comandadas por Caro de Segeda. Roma se presentó con un ejército de 30.000 combatientes bajo el comando del cónsul Quinto Fulvio Nobilior: los romanos perdieron unos 6.000 soldados. Todos estos pueblos, como ya dijimos, eran predominantemente agricultores y ganaderos, pues vivían en los valles del Ebro y  afluentes, donde existen tierras feraces. Estos pueblos pasaron menos necesidades que sus vecinos castellanoleoneses enclavados en la meseta y páramos empobrecidos, de tierras más agrestes y ásperas. Su cerámica decorada con bandas circulares y semicirculares es muy conocida, así como su fabricación textil que usaban como intercambio comercial. Sus armas de hierro eran exaltadas por los romanos a causa de su perfección y resistencia. De hecho, los arévacos protagonizaron una resistencia heroica al invasor, pues según comentarios de Estrabón pertenecían a la más poderosa de las tribus celtíberas, y habitaban la franja sur del Duero. Los núcleos poblacionales eran independientes entre ellos, como lo eran las diferentes comarcas geográficas en que se dividían. Por lo demás, eran pueblos rústicos, regidos por caudillos sin unidad en sí y prácticamente sin medios de comunicación a no ser el carro de bueyes y el caballo (gente aristócrata) o mulares (gente remediada).    
             En las guerras, los arévacos usaban espadas de dos filos, venablos y lanzas con botes de hierro, y gastaban también un puñal rayado, armas que ensalzaban su arte de forjar metales. No tenían recelo en presentarse en campo abierto para guerrear: interpolaban la infantería con la caballería = ésta en terrenos ásperos y escabrosos echaba pie a tierra y se batía con la misma habilidad que las tropas ligeras de infantería. El método bélico llamado cuneas =  orden de batalla triangular se tonó famoso entre los celtiberos y temido por sus enemigos. Sentían placer en sucumbir en los combates cuerpo a cuerpo, y consideraban como afrentoso morir de enfermedad. A lo que parece este pueblo incineraba a sus muertos - en sus asentamientos se han encontrado necrópolis de incineración; no así a los que morían en combate que hacían descansar en cuevas o fosos, para después depositar sus restos en urnas de acabados artísticos. Sus trajes se componían de ropillas oscuras, hechas con la lana de sus rebaños de ovejas y cabras; como complemento usaban un capuchón con el que cubrían la cabeza cuando no usaban el casquete de guerra, adornado con plumas o garzotas. En el cuello solían usar un collar como adorno o superstición, una especie de talismán. Un pantalón ajustado al cuerpo completaba su uniforme diario. Las mujeres también ayudaban a los hombres en la guerra: muchas veces dejaban guardados los cereales en graneros subterráneos y enfrentaban al enemigo como lo hacían sus hombres y maridos. Aníbal les hizo ver en varias veces cuán superiores eran las tropas disciplinadas y aguerridas a una multitud mal organizada por más briosa que fuese como de hecho lo era la tropa arévaca (220 aC?). Como los celtas, también los arévacos adoraban a Lug = dios de la guerra. En los plenilunios bailaban y festejaban en familia el paso de las estaciones; y dejaban los íconos o imágenes de sus dioses (unos 400), en abruptos peñascos, a veces en los mismos lugares donde depositaban a sus héroes y guerreros. En esos ‘santuarios’ veneraban a las divinidades y dejaban los exvotos como agradecimiento a los supuestos beneficios y promesas realizadas; eran pueblos profundamente religiosos. Se han encontrado restos arqueológicos de los arévacos en Burgos, Soria, La Rioja, Guadalajara y en Palencia = Pallantia, actual Palenzuela (a 32km de la capital), se situaba en un escarpado cerro o colina rodeado de murallas en la margen derecha del Pisuerga; ya la Pallantia vaccea que corresponde a la actual capital estaba localizada en el valle del Carrión. En ella se ha encontrado la más interesante y valiosa necrópolis prerromana de la provincia de Palencia - son miles de sepulturas. Nuestra capital fue atacada cuatro veces en el contexto de las Guerras Celtibéricas: en la última, la batalla se dio en la llanura de Coplanio y ladera boscosa del páramo adyacente (zona de Villalobón). Los escritores griegos afirman que estos ataques a Palencia se debieron a la ayuda en dinero, trigo y soldados que los vacceos proporcionaban a los habitantes de Numancia. Un contingente de vacceos atacó a los romanos que sitiaban a Clunia/Burgos (llegó a tener 30.000 hab), situada ‘en los confines de Celtiberia’, y los derrotó (150 aC)    
              Los vacceos constituyen una etnia o pueblo celta que se asentó en la Tierra de Campos/Palencia y Valladolid, pero se desconocen su verdadero origen y evolución, aunque son ciertamente pueblos indoeuropeos de Hallstatt, mezclados con grupos belgas en torno del año 600 aC. Empujados por oleadas germánicas, los vacceos alcanzaron la península Ibérica junto con los arévacos y otros pueblos itinerantes del norte y centro de Europa.  Practicaban una agricultura de tipo colectivista y ganadería trashumante (economía pastoril). En las crónicas grecorromanas la comarca aparece como ‘una región libre y descubierta; o como nos dice Plinio el Viejo,un país abierto, de trigales y de tierra desarbolada’. La civilización vaccea se extendía por el centro de la submeseta norte (en actual Castilla y León), por ambas orillas del río Duero y afluentes (unos 45.000km²), entre los cuales estaba el río Pisuerga, nuestra ‘columna acuífera’ como ya fue llamado por un poeta regional, de quien no recuerdo el nombre. No sé si fue un cura de Herrera de Pisuerga, tal vez nuestro ilustre dibujante y escritor Miguel Ángel Ortiz. La civilización vaccea ocupaba las provincias de Valladolid, Palencia, León, Zamora, Salamanca, Burgos, Segovia y Ávila (unas totalmente, otras apenas en parte). A la llegada de los romanos en 218 aC, los vacceos ocupan la región enmarcada por los ríos Cea y Esla al noroeste, la cordillera Cantábrica al norte; los ríos Pisuerga y su afluente Arlanza al este, y el Sistema Central al sur. Eran sus vecinos los turmogos, los arévacos, los vetones y muy probablemente los lusitanos a quienes se unieron contra los romanos en tiempo de Viriato (194 - 139 aC): un guerrero que pertenecía a la clase aristócrata, y era conocido por los romanos como dux (duque, jefe) del ejército lusitano y de las tribus celtíberas.             
              Viriato (o Viriathus en latín, tal como fue recogido en las fuentes romanas) es descrito como un hombre que seguía los principios de la honestidad y tratamiento justo, y reconocido por sus soldados a causa de ser cumplidor fiel y determinado de tratados y alianzas con sus vecinos o enemigos externos. Tito Livio lo describe como un pastor, pero no en el sentido popular de esta palabra (guardador o vigía de rebaños), sino como un aristócrata propietario de muchas cabezas de ovejas y cabras. Después se tornó cazador y guerrero. Siguiendo la tradición romana, Viriato sería un ‘pastor’ que se tonó cazador y rey: los lusitanos le celebran como un ‘bienhechor’ y un ‘salvador’, títulos usados por los reis de la dinastía ptolemaica. Viriato se tornó un líder e ‘imperator’  (conductor) de los pueblos lusitanos, la tribu hispánica que hizo frente a la expansión de Roma en la península Ibérica a mediados del siglo II aC. Su posición al frente del ejército lusitano no era de carácter hereditario sino electivo, sin duda a causa de sus éxitos militares como caudillo o ‘rey’ de Lusitania > provincia imperial romana al oeste de Hispania, dirigida por un legado del emperador de rango pretoriano. En un principio, se extendió desde el río Guadiana hasta el Cantábrico. Durante las Guerras Cántabras (20/19 aC), los territorios de las actuales Galicia, Asturias y Cantabria fueron anexionados a ella’. Tomó el nombre de los lusitanos, ‘fieros guerreros que opusieron una fuerte resistencia a la penetración romana’. Según Apiano, Viriato fue un líder y ‘adsertor’ (protector) con mayores dotes de mando, siendo entre los bárbaros el más presto al peligro atrevido, y el más justo a la hora del reparto del botín. Durante los 8 o 10 años de guerra su ejército celtibero (muy heterogéneo) jamás se le rebelara. Era el más resuelto a la hora del peligro.
           Hasta hoy, no se sabe la procedencia geográfica de Viriato, el ‘líder lusitano’ que investigaciones marginales le hacen originario de Beturia = una zona entre los ríos Guadiana y Guadalquibir, en el lado español. Según estos autores, Viriato ‘no fue portugués sino celtibero’. Al contrario, Adolf Schulten coloca a Viriato en los términos de las sierras de San Vicente o de la Estrela, en los límites de la actual Beira Alta, ‘al norte del Tajo, lugar de olivos y disposición de atalaya natural’ (Apiano) Otros le hacen natural del Alentejo, junto al océano Atlántico. De cualquier manera, la experiencia militar de Viriato y su capacidad de caudillo carismático (de gran corpulencia física), además de gran estratega y hombre sobrio, hicieron de este héroe hispano el líder incuestionable de los celtíberos. El poeta latino Lucilio le llamó el ‘Aníbal bárbaro’, y le comparó con el esclavo Espartacus. Tito Livio, el mejor historiador romano, escribió sobre Viriato: ‘en Hispania, quien primero pasó de pastor a cazador, luego a bandido y pronto a jefe de un ejército, que ocupó toda la Lusitania’, fue Viriato. En sus incursiones contra los romanos, muchas veces se adentró en Hispania, en territorios pertenecientes a las tribus de los vetones y galaicos, empleando la táctica de guerrillas, o realizando emboscadas en terrenos abruptos y angostos a los ejércitos romanos. Se valía de la noche y usaba caminos desconocidos para la huida, manteniendo a sus tropas en constante movimiento. No buscaba el ataque directo ni la conquista duradera de los territorios enemigos, sino el saqueo y la captura de botines. Empleaba el recurso de la huida fingida del campo de batalla, para después asestar ataques relámpagos contra el enemigo a quien perseguía de forma desordenada. Y más: atacaba con pequeños contingentes militares a las legiones romanas para despistarlas y permitir la huida frente al grueso del ejército. Diodoro Sículo de Sicilia, un historiador griego del siglo I, en su Bibliotheca Histórica (40 volúmenes), traza un perfil lisonjero de Viriato: tratábase de ‘un líder sabio, recto, frugal, austero, hombre que gustaba de hacer regalos a sus soldados, dentro del arquetipo de buen salvaje, no corrompido por el lujo y la civilización’. En su casamiento con la hija de un ibero acaudalado, llamado Astolpas, Viriato mostró desprecio ante las vajillas de oro y plata que se exponían en la boda. Viriato repartió la comida y la bebida entre sus soldados, tras lo cual montó a su novia en un  caballo y huyó al monte con ella. En otro pasaje, Diodoro elogia la justicia y generosidad del guerrero celtibero, y no apenas ‘lusitano’, indicando con eso que se trata de un gobernante idealizado.
            En Portugal es considerado un ‘héroe nacional’ por estar asociado a la tribu de los lusitanos de Hispania. Esta apropiación portuguesa de Viriato como líder de Lusitania = ‘especie de Portugal primigenio’, comenzó en el siglo XVI con el surgimiento del Renacimiento y el Humanismo a través de algunos escritores lusos ej.: André de Rezende (1500-1573), autor que gozó de una fama considerable a lo largo de su vida, defendía esta continuidad histórica. Fue un fraile dominico, padre de la arqueología en Portugal, especialista en historia grecorromana y un gran pensador humanista portugués, pero Alexandre Herculano (autor de Historia de Portugal, una de sus obras más notables) niega y desmiente esta línea de continuidad. Ya los escritores españoles apuntan una supuesta continuidad entre ‘lusitanos’ y ‘españoles’ ej.: Bernardo de Balbuena (1562-1627), religioso, teólogo y escritor español, ‘considerado el culmen de la épica culta barroca española’, en su obra El Bernardo (poema épico)  exalta las virtudes patrióticas de Viriato y una supuesta idea de ‘patria común’ por él defendida. En la época franquista apareció la figura de Viriato como un héroe nacional español, un modelo de conducta propia del guerrero castellano, fomentando la idea del patriotismo nacional y del heroísmo patrio, una variante del volksgeist (término alemán) o ‘espíritu del pueblo español’ = un concepto propio del nacionalismo romántico que atribuye a cada nación unos rasgos comunes e inmutables (culturales, étnicos, psicológicos, idiosincráticos etc), a lo largo de su historia. Son rasgos ahistóricos, anteriores y superiores a las personas que forman la nación en un momento determinando. Las ideas centrales del naciente nacionalismo español, especialmente en su vertiente tradicionalista, están representadas por José Amador de los Ríos, en su obra Historia crítica de la literatura española (1861/65). Durante los primeros años de la dictadura franquista, existió un intento por asociar la figura de Franco con personajes heroicos, exponentes máximos en diversos episodios de la Historia de España, entre los que se encontraban, además del propio Viriato, los caudillos iberos Indíbil y Mandonio = dos héroes frente a la invasión de cartagineses y romanos en la 2ª Guerra Púnica (218-201 aC), don Pelayo, el Cid Campeador, Guzmán el Bueno, los Reyes Católicos, etc. Luis Pericot García (1899-1978), un especialista en prehistoria romana, arqueólogo e historiador español de Gerona, en su obra Historia de España representa a Viriato como ‘símbolo arquetípico del guerrillero español’.  Francisco de Quevedo tiene un soneto primoroso dedicado a Viriato, donde dice: ‘estas armas viudas de su dueño,/ Que visten con funesta valentía,/ Este, si humilde, venturoso leño,/ De Viriato son; él las vestía,/ Hasta que aquí durmió el postrero sueño,/En que privado fue del blanco día’.      
La figura de Viriato ha llegado hasta nosotros a través del folclore, la tradición popular y las leyendas. En la ciudad de Zamora -Viriato tendría nacido en tierras de Torrefrades, a 32km de la capital zamorana, donde según la tradición tenía una cueva que le servía de vivienda-, la figura del caudillo lusitano ha sido recogida en blasones heráldicos tanto del escudo como de la bandera provincial. En el escudo aparece ‘el brazo de Viriato sosteniendo la Seña Bermeja (bandera), mientras que la bandera -precisamente esa Seña Bermeja- está compuesta por ocho tiras rojas que representan ocho victorias obtenidas por Viriato sobre diversos pretores y cónsules romanos’. La estatua del escultor Eduardo Barrón, situada en la Plaza de Viriato, es una característica importante de la ciudad de Zamora. En Torrefrades existe una vivienda popularmente conocida como La Casa de Viriato, aunque es obra del siglo XVIII: esta localidad ha sido mencionada tradicionalmente como posible origen del caudillo ‘lusitano’. Una pequeña elevación en la comarca de Sayago, de nombre Teso de Várate, también ha sido popularmente relacionada con la presencia de Viriato. Lo mismo se repite en la provincia de Cáceres donde la figura de Viriato aparece asociada a distintas localidades, todas ellas presuntos lugares de origen del gran caudillo celtibero ej.: Santa Cruz de la Sierra y Coria, entre varias otras. La ciudad portuguesa de Viseu también es relacionada como posible lugar de nacimiento de Viriato: en esta ciudad portuguesa existe un recinto amurallado con el nombre de Cava de Viriato: en tiempos idos habría sido un campamiento lusitano o romano. Otras localidades de Portugal son citadas como posibles orígenes del caudillo lusitano ej.: Ceia y Covilhã. Como se ve, ambos países, Portugal España, se apropian de la grande personalidad prehistórica de Viriato, pero con una diferencia relevante: en las citaciones españolas predominan las apariciones de Viriato como representante del arquetipo del soldado (hombre) humilde que logra ascender en la sociedad por méritos propios, en tanto que en las leyendas portuguesas Viriato aparece como un dirigente y monarca virtuoso. Miguel de Cervantes, por ejemplo, en su obra El cerco de Numancia le cita en una enumeración de reyes. Lope de Vega menciona a Viriato con un supuesto carácter mixto (portugués y español). El historiador Joaquín Costa, en su obra La tierra y la cuestión social atribuye a Viriato un carácter celtibero. Ángel Ganivet, en su Idearium español, resalta la desorganización del ejército lusitano (vencedor en varias batallas) en contraste a la férrea disciplina propia de los ejércitos romanos. Sin embargo, es necesario entender que esa ‘desorganización’ aparente era un método efectivo de enfrentar a un ejército superior.
             Viriato, según nos relata Apiano en Guerras Extranjeras, en un caso específico de invertir una situación difícil, ‘dispuso sus tropas en línea de batalla como si pretendiera combatir, pero les dio órdenes de dispersarse tan pronto como montara en su caballo, alejándose de la ciudad de Tribola (¿Ouriola, próxima a antigua Ébola/actual Évora?) por distintas rutas […]. Escogió a mil hombres de su confianza y combatió todo el día a los romanos, atacando y retrocediendo gracias a sus rápidos caballos’. Por tanto, no era propiamente un ejército ‘desorganizado’, sino un método eficiente de enfrentar a un ejército muchísimo superior en hombres, armas y vituallas de guerra. La primera incursión romana contra los lusitanos ocurrió en tiempos de Aníbal que pactó un acuerdo de paz con los jefes lusitanos (185 aC). En represalia, el senado de Roma insistió en atacar sin descanso a los lusitanos a través de numerosos ejércitos, obligándolos a  firmar un tratado de paz con Roma en detrimento de Cartago, a través del pretor Marco Atilio Serrano (151 aC). Entre tanto, con la subida de Galba en ese mismo año a la pretoría de la Hispania Citerior -substituyó a Atilio Serrano-,  el nuevo pretor decidió retallar las incursiones lusitanas llevando  pánico, hambre y muerte a toda Lusitania. Como sus habitantes reclamasen de la violación del tratado firmado con su antecesor, Galba les prometió tierras fértiles donde podrían establecerse con sus familias bajo la protección de Roma. Se dice que acudieron al encuentro unos 30.000 lusitanos (¡?) que Galba acomodó en tres campamentos, exigiendo que dejasen sus armas en señal de amistad. Después asesinó a muchos de ellos a traición: perecieron unos 9.000, y 20.000 fueron hechos prisioneros, siendo vendidos como esclavos en las Galias. Pocos escaparon de la masacre: entre los fugitivos estaba el propio Viriato que años más tarde intentaría vengarse de tal urdimbre traicionera y vergonzosa. Desesperado, poco después, laceró su propio cuerpo y huyó a las montañas en busca de la soledad. La conducta desastrosa de Galba fue denunciada a Roma y el pretor acabó destituido (149aC). Ente tanto, la pobreza de los lusitanos y la afrenta sufrida por la masacre de Galba llevaron a Viriato al desespero y rebelarse sin medida. En ocho ocasiones, los lusitanos comandados por Viriato consiguieron retumbantes victorias militares contra diferentes pretores enviados para derrotarle ej.: destrozó a los romanos en Tribola, saqueó Carpentaria, arraso varios destacamentos romanos en el Guadiana y en el Tajo, atacó Segóbriga/Cuenca, venció a Cayo Plaucio en el monte Venus, identificado con el cerro de San Vicente, ‘al norte del Tajo’ etc. Y consiguió aún más: extendió la revuelta a la Celtiberia, con la participación de arévacos, tittos y bellos, ya que hasta entonces sólo lusitanos y vetones se habían rebelado contra Roma. Viriato se hizo dueño de varios estandartes romanos (mayor ignominia de Roma) y decidió colocarlos como trofeo de guerra en lo alto de los montes. En el apogeo de estas campañas - 3ª Guerra Lusitana-, Viriato y sus comandados llegaron a controlar una gran parte de Hispania Ulterior y el sur de Hispania Citerior.
        Sin embargo, a partir del año 145 aC, con la derrota de Cartago, Roma contó con un mayor contingente disponible de soldados para enviarlos a la península Ibérica, lo que obligó a Viriato a retirarse hacia las montañas del norte. Mismo así en una incursión nocturna, el caudillo lusitano cercó al nuevo cónsul Máximo Serviliano, comandante de un poderosísimo ejército -‘18.000 unidades de infantería, 1.600 de caballería, 10 elefantes y 300 jinetes africanos’-, y le forzó a firmar un acuerdo de paz (141 aC), ratificado por Roma. En este pacto (‘foedus’), Lusitania consiguió su independencia y ganó del senado romano el título de ‘amicus populi romani’. Pero ese ‘foedus’ otorgado a Lusitania fue visto con malos ojos por la mayoría de los generales romanos, al considerarlo una cesión inaceptable y vergonzosa a Viriato, según ellos, ‘un bandido que se convirtió en líder de los celtiberos’ (Frontino). Como los romanos nunca cumplían con lo pactado, Viriato en represalia forzada consiguió una serie de victorias posteriores a ese tratado por medio de continuas correrías y razias desconcertantes contra los romanos peninsulares. La llegada de un nuevo cónsul Servilio Cepión (hermano del anterior) y un poderoso ejército como nunca se vio, obligaron a Viriato a pactar con Roma una vez más. Según Apiano, este nuevo general romano sobornó a tres capitanes embajadores de Viriato, prometiéndoles grandes riquezas, ventajas personales y tierras si asesinasen a su líder. Es lo que hicieron Audax, Ditalcos y Minuros en 139 aC, tres traidores y asesinos del héroe celtibero. La leyenda cuenta que los tres le clavaron los puñales en la garganta en cuanto dormía, pues Viriato nunca se desvencijaba de su armadura. Perpetrado el tremendo ‘regicidio’, los tres corrieron al campamento romano para cobrar la recompensa, a lo que el cónsul romano tendría respondido: ‘Roma no paga a traidores’. Evidentemente, esta respuesta legendaria es muy posterior, y la historia de Roma no quiso arcar con una villanía de tamaña hediondez. El poeta Federico Muelas sitúa la tumba de Viriato en la Ciudad Encantada de Cuenca. La muerte de Viriato supuso el fin de la resistencia lusitana en Hispania; el cónsul Marco Pompilio Laenas entregó, finalmente,  a los lusitanos las tierras tan añoradas, y causa de 10 años de guerra (149-139 aC). Así mueren los héroes ibéricos por manos asesinas y traidoras, porque de otro modo serían invencibles. Hoy, vemos en cualquier país del mundo pocos viriatos y muchos traidores que matan a sus héroes nacionales. Infelizmente, eso acontece también en España.