quinta-feira, 20 de março de 2014

La Ojeda: los catalanes y su 'nacionalismo' (!?)



      Discurrir sobre el nacionalismo catalán es algo más complejo -tiene un histórico comprobado de recusa a pagar impuestos y tributos- que hacerlo en relación al nacionalismo vasco. Como vimos en los dos apartados anteriores, el nacionalismo vasco-navarro implica una serie de equívocos, mentiras y ‘palabras soeces’ de su fundador que confiesa abiertamente en un de sus ‘discursos’: ‘buscaba notoriedad y despertar a la sociedad vasca’. Las autoridades españolas de la época, al contrario, le consideraron ‘un foco perenne de rebelión y un peligro para la nación’. Era un individuo que se decía católico fervoroso (‘sin Dios no queremos nada’), pero apostrofaba  y lanzaba imprecaciones contra sus hermanos ‘maketos’ (palabra peyorativa y de mal gusto)= los inmigrantes de otras regiones de España, que procuraban trabajo en las minas y altos hornos de Vizcaya en una época de malas cosechas, hambrunas y epidemias. En realidad, con un fundador de tal catadura el propio nacionalismo vasco no se sostiene en las bases, a no ser por la brutalidad de sus exponentes máximos tipo ETA o semejados. Sin embargo, el nacionalismo catalán es muy diferente, incluso por la categoría de su fundador Enric Prat de la Riba (1870-1917), un escritor, político español y doctor en derecho por la Universidad Central de Madrid. Bien diferente de Arana Goiri que participó de un concurso público, y llevó una calabazada del tamaño de su lengua sucia y mal tratada. Aunque hablaré de Prat de la Riba en otras oportunidades, diré de inmediato que, mismo siendo defensor de la identidad propia de Cataluña, creó una escisión de la Unió catalanista (organización política), al defender la participación de aquel partido en  la restauración borbónica (1898). Esta escisión se trasformaría en el Centre Nacional Català, del cual formó parte activa Frascesc Cambó (1876-1947), otro teórico, cofundador y líder de la Liga regionalista (partido político). Y no sólo eso: fue ministro de Hacienda y de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII. Entre los hechos memorables de Cambó está su defensa a favor del Estatuto de autonomía 'para resolver el problema catalán de una vez por todas (¡?), con sinceridad y competencia', aunque aceptó la Mancomunidad, pero sólo como solución de compromiso. Por lo visto, como muchos otros ‘jugaba en los dos partidos’ por  conveniencia propia y escondía  las convicciones íntimas.
           Para entender el nacionalismo catalán es necesario lanzar mano de la Historia de España, sin polémicas personalistas y ataques de pura ignorancia (a favor o contra) como se ve en ciertos  blogs cibernéticos. Es una pena  perder la oportunidad de que las personas entiendan un problema serio, nacional y de consecuencias desconocidas o imprevisibles, si no existir un mínimo de equilibrio por parte de las autoridades y de los políticos locales, en última instancia los mayores causantes de tanta beligerancia y confusión padre. Si no existiesen eses politicastros de intereses excusos, ciertamente todo el mundo viviría en paz, trabajando y aportando el sustento necesario para su familia. Pero siempre existieron eses brabucones que infernizan la vida de los demás. Lo peor es que ganan ríos de dinero para no hacer absolutamente nada que valga la pena. Son ciertamente los mayores idiotas de la península Ibérica, y parece que nadie se lo dicho hasta ahora. Yo me pregunto, ¿por qué España engendra a esos individuos, gente desalmada, incompetente y sin condición moral de ocupar el puesto de ‘dirigente’, pero que el pueblo insiste en entregarles el timón del país o de la comunidad autónoma a cada elección? Y no me vengan con partidos de derecha o de izquierda, porque todos ellos no valen un céntimo. La prueba cabal está ahí: los socialistas (se dicen defensores del pueblo obrero) dejaron casi 26% de operarios desempleados y una crisis que no sale del subconsciente español y europeo. Curiosamente, los políticos no corren peligro de desempleo, y continúan haciendo de las suyas contra todo y contra todos, sin solución a vista. Pobre España, pobre Cataluña, pobres de mis paisanos que viven entre los vaivenes de tanta m*#&$. Desde el Brasil, les deseo más suerte y prosperidad: luchen por sus ideales, pero con las ‘armas de la inteligencia y de la comprensión pacífica’, y no de la guerra. España siempre fue una gran nación a lo largo de los siglos, principalmente en tiempos de Castilla la Grande. Y sin apoyo de vascos y catalanes, digase de pasaje; antes al contrario, la hicieron oposición como la hacen hasta hoy. Y más: se aprovecharon de la  inteligencia, bravura indómita y coraje ultramarino de castellanoleoneses para exportar sus productos manufacturados. En esos tiempos, España mostraba al mundo sus horizontes infinitos. En aquellas datas, España fue un gran imperio (unos 20 millones/km², entre 1580-1640) =  el primer imperio global, donde el sol nunca se ponía’, tamañas su extensión, riqueza y visibilidad intercontinental. Y ‘por la primera vez en la historia un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes, las cuales, a diferencia de lo que ocurría en el imperio Romano o en el carolingio, no se comunicaban por tierra unas con las otras’. España y Castilla eran entonces respetadas y reverenciadas por todos los reinos del mundo. Hoy, España entera es objeto de chacota en la ruedas de cualquier botiquín y de cualquier callejuela… Y gracias a esa estupidez actual que se llama nacionalismo vasco-navarro y nacionalismo catalán.
         El nacionalismo catalán nos lleva a los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, cuando heredaron la política mediterránea contra Carlos VII de Francia. Como rey de Aragón (y de Cataluña la Vieja, divida en condados entre los que sobresalía Barcelona), Fernando II se envolvió en la disputa con Francia y Venecia por el control de la península Itálica. Estos conflictos fueron el eje central de su política exterior. El Gran Capitán (Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de Aguilar de la Frontera, de donde deriva el apellido Aguilar) creó en esta época las coronelías = base de los tercios  y del ejército regular español, lo que significaría una revolución militar que llevó a España (Castilla y Aragón, las dos coronas españolas unificadas) a sus mejores momentos de potencia intercontinental. Después de la muerte de Isabel I (1451-1504), Fernando II de Aragón como monarca único, adoptó una política más agresiva, utilizando las riquezas castellanas para expandir la zona de influencia aragonesa (y por tanto catalana) contra Francia y, fundamentalmente, contra el reino de Navarra al que conquistó (1512) y anexionó a la corona de Castilla. Por otro lado, la unión de Aragón y del condado de Barcelona ya se había realizado no por fusión ni por conquista, sino por una unión dinástica pactada. En tiempos de Ramón Berenguer IV el Santo, conde de Barcelona (1131-1162), Ramiro II el Monje (tercer hijo de uno de los mayores estadistas peninsulares, Alfonso el Batallador) pactó el casamiento de su hija Petronila de Aragón con Berenguer IV de Barcelona, lo que supuso la unión de Cataluña a la corona de Aragón, tornándose entonces Berenguer IV el princeps de Aragón, ya que el rey le hizo donación de su hija y de su reino, ‘salva la fidelidad a mí y a mi hija’. Ramiro entonces se retiró a un monasterio, pero nunca cedió su dignidad real, lo que quiere decir que en adelante continuaría siendo rey, señor y ‘padre’ de Ramón Berenguer IV, tanto en Aragón como en todos los condados catalanes. Sin embargo, ambos territorios -con el tiempo formarían la corona de Aragón- mantuvieron por separado sus propias leyes, costumbres e instituciones, y los monarcas reinantes respetaron esos fueros, más por arreglos dinásticos forzados que por consideraciones propias. En esta época, el catalán era el idioma dominante, hablado inclusive por 80% de aquella región. Con la ayuda de los aragoneses de Urgell, Berenguer IV materializó nuevas conquistas ej.: entre varias otras, Lleida y Tortosa. Estos territorios recibieron el nombre de Cataluña la Nueva, para diferenciarla de los antiguos condados carolingios que formaron la Marca Hispánica o Cataluña la Vieja. Las líneas de separación de ambas áreas geográficas eran los ríos Llobregat y Segre. A finales del siglo XIII, la corona de Aragón incorporara las islas Baleares y el reino de Valencia, pero  con Cortes propias y nuevos fueros. Más tarde estos territorios formarían el reino de Mallorca que fue anexado a la corona de Aragón por Pedro IV el Ceremonioso (1343).
        Cataluña como territorio anexionado a la corona de Aragón vivió años de plenitud con un fuerte crecimiento demográfico y un expansionismo marítimo en torno del Mediterráneo, pero todo esto duró poco tiempo: al final del siglo XIV y principios del siglo XV, un cambio de signo se abatió sobre la región, marcado por la sucesión de catástrofes naturales y crisis demográficas, estancamiento y recesión de la economía catalana, sumados al surgimiento de sucesivas crisis socioeconómicas, además de diversas tensiones bélicas, ej.: rebelión sarda, rebelión de los unionistas aragoneses y valencianos, la guerra con Castilla… Estos episodios  originaron una delicada situación financiera, económica y demográfica, pero también un desarrollo institucional y legislativo con la Generalitat catalana (1365).  Entre tanto, la muerte sin descendencia de Martín I el Humano (1410) y el triunfo dinástico del rey Fernando I de Antequera (1412) -Fernando contaba con un enorme poder económico, un sólido prestigió militar y el ejército castellano a su disposición’- trajo nuevas crisis sociales en Cataluña, tanto por conflictos rurales como urbanos, que desembocaron en la Guerra Civil Catalana (1462-1472), con desarrollo en los campos del principado de Cataluña. La derrota frente a las tropas de Juan II de Aragón marca el punto de partida del nacionalismo catalán.  En las cortes celebradas en Barcelona, Fernando I tuvo que ceder al denominado pactismo catalán = doctrina que limitaba la autoridad real a favor de las cortes y de la Generalitat, aunque muchos historiadores lo juzgan un mito historiográfico; nunca existió. De cualquier manera, tras la Guerra Civil surgió la controversia política de modelos opuestos: la monarquía y la oligarquía, el estilo absolutista y el referido pactismo catalán. En este exacto momento, se colocó en juego la capacidad política de la Generalitat para asumir la soberanía y el autogobierno. Al empezar las hostilidades, toda la sociedad catalana se vio obligada a optar por un u otro bando en función de sus intereses e ideologías. Las causas de la guerra civil son varias, aunque no totalmente decisivas: crisis de subsistencias, disminución demográfica debido a malas cosechas y epidemias en el campo, crisis financiera y endeudamiento excesivo de las instituciones públicas. Y digo no decisivas, porque ellas existieron también en otras regiones españolas, y no por eso hubo guerras civiles;  En fin, la reducción drástica del volumen y lucros del comercio local e internacional también se hicieron presentes en aquel momento. En el condado de Barcelona se destacó la crisis agraria, con la revuelta de los remensas = reivindicaciones de los labradores contra la opresión de los señores, apoyada por el rey Alfonso V el Magnánimo (1396-1458), pues quería tener más control sobre la nobleza catalana, alienada con los poderes institucionales de Barcelona, y cuyo ambiente era de crisis económica, llevando a protestas y motines, y a la división en grupos bien diferenciados: la biga = mayoría de ciudadanos honrados y mercadores nobiliarios, y la busca = menestrales y mercaderes que controlaban el gobierno municipal y deseaban hacer cumplir los privilegios, libertades y costumbres de Barcelona. Querían sobre todo leyes proteccionistas, una tónica triunfante en el nacionalismo catalán.
                    
              Con el fin de los combates, la Generalitat sufrió un fuerte desprestigio no sólo por perder la guerra, sino porque concentró las críticas de todos los sectores (los pactistas, las clases bajas empobrecidas, la nobleza, y hasta el clero etc). La Generalitat estaba exhausta y no conseguía pagar sus préstamos, incluso porque la expansión del imperio Otomano cerró los puertos del Oriente al comercio mediterráneo. La tremenda carnicería de la guerra civil acabó con muchas de las antiguas casas nobiliarias y detonó la ruina de los supervivientes de los dos bandos. A esto se sumó la fusión de la alta nobleza castellana y barcelonesa, con la entrega de las principales heredades a familiares de la Casa Real, lo que redujo enormemente los cuadros dirigentes de la Generalitat. La ciudad de Barcelona, con su estructura social malograda, con instituciones que no podían competir con otras potencias europeas y a la sombra de Castilla, poderosa y brillante tras la conquista y comercio con América, sufrió las consecuencias de una situación estratégica desventajosa. A partir del siglo XVI, Barcelona y por ende toda Cataluña no serán más tan importantes en el nuevo marco político y comercial de España, ni mucho menos la balanza decisoria que consiguió ser durante la Alta Edad Media. La crisis sucesoria, los intereses comerciales y las revueltas sociales, principalmente la rebelión de las remensas entre los campesinos y las presiones señoriales dieron fin a la dinastía autóctona de los condes de Barcelona. Por fin, el matrimonio de Fernando II de Aragón el Católico con Isabel I de Castilla  la Católica (los llamados Reyes Católicos) selló la unión dinástica con la todopoderosa Castilla y León, obscureciendo prácticamente los condados catalanes. Las dos coronas de Castilla y Aragón conservaron sus instituciones políticas y mantuvieron las cortes, las leyes (léase los benditos fueros), las administraciones públicas y la moneda propias. Aunque Fernando II de Aragón resolvió por la sentencia arbitral de Guadalupe (1486) los conflictos de las remensas, y reformó profundamente las instituciones catalanas (recuperó pacíficamente los condados de Cataluña), pero la situación política nunca sería más la misma. Cataluña cayó en el ostracismo.   
            Podemos afianzar que algunos catalanes, en tiempos de los Reyes Católicos, habían participado en las expediciones y campañas militares de España, pero siempre como coadyuvantes menores. Con Carlos I de España (padre de Felipe II), Cataluña se recuperó demográfica y económicamente, aunque lo hizo siempre a la sombra de la todopoderosa Castilla y sin capacidad de enfrentar al ejército más poderoso de Europa. Y lo conseguía a través de engaños y mentiras en relación al pagamiento de los impuestos exigidos por la expansión ultramarina y conquista de nuevos mundos. El descubrimiento de América y, por tanto, los derechos y beneficios fiscales estuvieron siempre con Castilla, alejando a la corona de Aragón hasta su unión efectiva con la llegada de los borbones en la Guerra de Sucesión Española. La corona de Aragón nunca quiso la unificación con Castilla, pues la nobleza que integraba las cortes de Aragón ya preveían la dilución de sus poderes debido a la mayor carga impositiva de tributos correspondientes a la corona de Castilla y León. Durante el reinado de Felipe II se observó un creciente deterioro entre las dos coronas a causa de la crisis económica que comenzó en Castilla (1580) y respingó en Aragón (y por ende en Cataluña), aunque se mantuvo la unificación de las dos coronas. Sin embargo, Cataluña más que nadie se resentía de la piratería berberisca sobre las zonas costeras y el bandolerismo en el campo. La nueva dinámica fiscal española y las fidelidades dinásticas originan también un retroceso en la lengua catalana y en su cultura y tradiciones, provocando una etapa terrible de decadencia generalizada. Y las causas son muchas: las constantes crisis fiscales después de 1580 minaban periódicamente los tres reinos unificados bajo un solo rey (Castilla, Aragón y Portugal; en esta contabilidad, Cataluña se tornara invisible). Todavía el ejército castellanoleonés, los tercios españoles y el imperio colonial dictaban las reglas en Europa, pero ahora sin aquella superioridad abrumadora y tecnológica del siglo XVI. España perdiera parte de sus territorios en Europa, y en América sufría el acoso de piratas enviados de propósito por Francia, Inglaterra y Holanda; en Asia, Portugal perdía todas sus posesiones; sólo Brasil continuó portugués.  Y aún más: con el fin de la Guerra de los Treinta Años (1618/48), Francia pasó a competir con los imperios otomano y español. Así,  tras la paz de Westfalia (1648), se abrió un nuevo mundo de poder en que España ya no era la misma ni en riqueza ni en poder hegemónico. Fue el momento ideal aguardado por Cataluña que ‘despertó de su letargo’ impuesto por Castilla y León, y buscó más visibilidad política.     
                   Los catalanes se aprovecharon de las crisis económicas de Castila y León, de los nuevos impuestos y de las imperiosas necesidades de España para defender su imperio ultramarino (‘comenzaba hacer aguas por todos los lados y a desgarrarse de su férreo control’). Cataluña se levantó entonces en armas por medio de la Guerra de los Segadores (1640) > ruptura política entre Cataluña y la monarquía borbónica de Felipe IV. Las  causas aducidas serían de dos tipos: unas ‘antiguas’ o incubadas como reducción de los privilegios nobiliarios, la no convocatoria de las cortes catalanas (‘¡para qué, se decía, si Cataluña no aporta nada!’), la introducción de impuestos que se pagaban en Castilla y León, y de una Nueva Inquisición en Barcelona; y otras ‘nuevas’ como la presencia del ejército real (tropas castellanas y aragonesas) en defensa de España contra Francia. En realidad, no se sabe si hubo abusos de la soldadesca o fue un mero pretexto para desencadenar el conflicto, visto que Cataluña no toleraba y no quería tropas en su territorio, y no estaba interesada en pagar nuevos impuestos de guerra ni con dinero ni con soldados. Curiosamente (los dirigentes catalanes siempre ‘jugaron en los dos campos’), cuando Francia invadió el Rosellón y se apoderó de la villa y la plaza de Salses, Cataluña pidió socorro a las tropas reales con quien formó un ejército de 30.000 soldados a mando del virrey conde de Santa Coloma que recuperó la villa y la plaza; poco después como recompensa fue asesinado. El conde de Olivares quiso continuar la guerra contra Francia para forzar la paz, y para eso pidió ayuda de todas las regiones de España, incluso de Portugal y Cataluña. ¿Sabéis lo que hicieron los ‘traidores’ catalanes? Confabularon con Richelieu a través de negociaciones secretas y pidieron ayuda en su levantamiento contra España. Nuestro país luchaba entonces en varios frentes de batalla, incluso en Portugal (apoyado por Inglaterra y Francia), Cataluña, Andalucía, Nápoles y Sicilia… El levantamiento peor bajo todos los aspectos fue Cataluña: en la festividad de Corpus Christi (1640), unos 3.000 campesinos, o segadores > ‘la mayor parte disolutos y atrevidos, que lo más del año viven desordenadamente sin casa, oficio o habitación’, según nos cuenta el general portugués y testigo ocular de los acontecimientos, Francisco Manuel de Melo. Todos estos bandidos asesinaron a los oficiales del rey y fiscales castellanos, cometiendo todo tipo de abusos, asesinatos, destrucción, incendios y saqueos. Estos desalmados, cubiertos por una piel de patriotismo ensandecido (¡?), entraron en Barcelona matando a quien encontraban por la frente. La consecuencia inmediata no se hizo esperar: los incidentes sangrientos (el episodio quedó conocido como el Corpus de sangre) llevaron a una nueva guerra civil entre catalanes realistas y catalanes independentistas que simpatizaban con el espíritu levantisco. La revuelta fue en un primer momento contra las tropas del rey (¡hacía poco habían defendido Cataluña contra Francia!), la nobleza y alta burguesía, pero poco después se transformó en un caos total con numerosos asaltos, saqueos y asesinatos a manos de los indecentes campesinos y resistencia de los segadores catalanes. Mismo con tantos desastres políticos y populares, el rey Felipe IV confirmó sus fueros aunque con algunas reservas. Realmente Cataluña y su pueblo nunca aprendieron las lecciones de la historia: a cada poco tiempo provocan nuevos levantamientos y tumultos con derramamiento de sangre. En 1651, Juan de Austria sitió a Barcelona: la ciudad en estado de peste no tuvo otro ‘discurso’ sino rendirse. Así terminó un capítulo más de ese pequeño territorio de 32.106km², pero con un instinto innato de tragedia y derramamiento de sangre, bien diferente de lo que pensaba Pau Casals.
      Como consecuencia de la guerra catalana y del tratado de los Pirineos (1669), España perdió el Rosellón y parte de Cerdeña. Y con desfachatez colosal, después de causar tantos perjuicios a España, los catalanes enviaron una embajada al virrey ‘dándole la enhorabuena por la feliz nueva del ajuste y paces entre España y Francia’. ¡Qué falta de carácter de los dirigentes catalanes, y aún se juzgan con derechos al territorio que pisan! Y no terminó sólo en eso: los territorios afectados por el tratado conspiraron (por instigación e insubordinación catalana) durante años para unirse nuevamente al principado catalán que nunca aceptó la partición. En la Guerra de Sucesión Española, Cataluña se posicionó en defensa del archiduque Carlos de Austria, no tanto por supuestos intereses de soberanía, sino porque Castilla, Navarra y Aragón (la defensa al archiduque no fue unánime) estaban al lado de Felipe V, mismo cuando este rey había jurado y prometido guardar los fueros catalanes. Al término de  la guerra por los tratados de Utrecht (1713) y Rastatt (1714), la corona de Aragón quedó internacionalmente desamparada frente al poderoso ejército franco-castellano de Felipe V, que ya manifestara la intención de suprimir las instituciones tradicionales aragonesas. De hecho, por los decretos de la Nueva Planta (1707/16) Aragón, Valencia y Cataluña, perdieron las instituciones y libertades civiles, que se extendieron prácticamente a todas las regiones españolas (por causa de los catalanes), incluso Castilla. Sin embargo, el rey respetó el derecho civil aragonés y catalán. Por los decretos, la corona de Aragón pasaba a tener una nueva estructura territorial y administrativa semejante a la de Castilla y León, conforme rezaba el aforismo: multa regna, sed una lex (> ‘muchos reinos, pero apenas una ley’). En todas estas andanzas, curiosamente prevalecía un dictado recordado por el escritor valenciano, de lengua catalana, Joan Fuster (1922-1992): ‘hi ha catalanistes perque hi ha espanyolistes’, con base en que durante siglos se intentó eliminar los derechos catalanes. Como se puede ver, por las citaciones que hicimos, no es exactamente verdad: casi todos los reyes respetaron los fueros catalanes, aunque no así los de Aragón y otras regiones por querer agradar a los ingratos catalanes.


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