segunda-feira, 24 de fevereiro de 2014

La Ojeda: los tallares gremiales



      
               Al estudiar la economía española de los siglos XVIII/XIX, se constata algo muy intrigante: la revolución industrial, iniciada en la Inglaterra (1750), en cuanto se extendía por varias zonas de Europa, sólo afectó a España en puntos localizados: Cataluña y País Vasco. Los factores fueron diversos y muy transcendentes: (1) escasez de carbón y materias primas; (2) atraso tecnológico y dependencia del capital extranjero; (3) falta de articulación de nuestro mercado interno, caracterizado esencialmente por las dificultades de comunicación [el tendido ferroviario sería un factor clave de modernización en datas posteriores] y (4) el bajo poder adquisitivo de la población, principalmente del campesinado. Además, las políticas nefastas llevadas a cabo por gobernantes sin comprometimientos populares (el lema era: ‘todo para el pueblo, pero sin el pueblo’), así como la pérdida del mercado colonial español y, sobre todo, la terrible inestabilidad política y los inmensurables destrozos agropecuarios de la Guerra de la Independencia contra el invasor francés atrasaron el desarrollo económico del país. Las políticas comerciales fueron esencialmente proteccionistas a favor de la industria siderúrgica vasca, del sector textil catalán y de los terratenientes castellanos, cultivadores de cereales a precios inciertos (trigo, cebada, avena etc). La deuda pública continuó impagable y apenas se adoptaron dos decisiones históricas que poco afectaron la vida de los más pobres: el Banco de España (1856) y la peseta (1868), como nueva unidad del sistema monetario nacional. Hubo mayor movilidad socioeconómica con una sociedad marcada por las clases urbanas que supuestamente se apoyaban en el derecho de la propiedad y en la igualdad ante la ley (¡?). Se configuró, por tanto, una nueva sociedad española: (1) un nuevo grupo dominante o alta burguesía (empresarios textiles, financieros, industriales en general); (2) una oligarquía terrateniente propietaria de grandes latifundios (por lo general improductivos), sobre todo en Andalucía; (3) los altos cargos del estado y del ejército;  y (4) una pequeña y nueva clase media urbana (propietarios rurales y urbanos, oficiales del ejército, funcionarios públicos, médicos etc). Con todo, (5) la población campesina continuó siendo la mayoría de la población española (60/70%) -España contaba en esta época con 11,5 millones de habitantes (1807); llegó a 18,5 millones en 1900)- por cierto bastante heterogénea (pequeños propietarios arrendatarios y jornaleros sin tierra), junto a un pequeño grupo de obreros industriales -en torno de 150.000, la mitad catalanes (1860). Las nuevas libertades provenientes de los movimientos comunistas/marxistas/anarquistas (origen del PSOE actual) permitieron un importante impulso al movimiento obrero español.          
           El siglo XVIII fue conocido en la historia como el Siglo de las Luces porque los llamados ‘hombres ilustrados’ ponían en la razón una confianza ilimitada, pues que guiados por la inteligencia podrían alcanzar el conocimiento y dominar las ciencias investigativas, base de la felicidad humana (¡?). Era de suma importancia llevar la educación a las personas y progresar sin descanso en la mejora de las condiciones de vida de todos los seres humanos. Por estas y otras ideas dichas ‘iluministas’, el siglo XVIII pasó a ser una divisoria entre el Antiguo Régimen (siglos anteriores a la Revolución Francesa, de estructuras económicas e sociales atrasadas, casi medievales) y los nuevos cambios sociales, económicos y políticos (¡no mudaron mucho en sus actuaciones desastrosas!). En realidad, estos cambios tendrán lugar a finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX: en España coinciden con la llegada de la dinastía borbónica (de origen francés) al morir Carlos II sin descendencia. Así,  los reyes borbones implantaron en nuestro país el modelo de gobierno a la francesa, o sea, el absolutismo monárquico que se materializó de manera especial en Carlos III el Político (1759-1788), como símbolo del déspota ilustrado según el lema ya citado ‘todo para el pueblo, pero sin el pueblo’. Para decir la verdad, la expresión despotismo esclarecido no fue contemporánea a los acontecimientos, siendo forjada mucho más tarde por los pesquisidores de la época. En principio, los déspotas esclarecidos defendían o compartillaban la exaltación del Estado y de su monarca con algunas ideas de reformas, progreso y filantropía. Es decir, había una ruptura parcial con las tradiciones medievales, pero no todas las ideas iluministas fueron aceptas por la multitud. El despotismo esclarecido se desarrolló más en el Este Europeo: Rusia, con Catalina II; Austria con José II; Prusia con Federico II), países de economías atrasadas y esencialmente agrícolas, donde la burguesía era frágil y, consecuentemente,  detenía poco poder político. Pero hubo otros países con idéntico destino: Portugal con José I; España con Carlos III; los estados italianos con Leopoldo de Habsburgo etc. A través de reformas jurídicas y administrativas, económicas y educativas, donde el Estado substituyó a la iniciativa privada, el despotismo esclarecido consiguió acelerar la modernización de algunas naciones europeas. Para legitimar el poder monárquico se basaban en la teoría del derecho divino de Thomas Hobbes, y también porque según afianzaban, ‘gobernaban por saber hacerlo mejor que nadie’ (¡?). En algunos países, los ‘ilustrados’ fueron hostiles a la religión; en otros ni tanto, como en España, no obstante la expulsión de los jesuitas por ‘razones de Estado’ mal esclarecidas y peor hilvanadas.   
                El Antiguo Régimen, anterior a la Revolución Francesa (1789), fue un sistema socioeconómico en que las personas estaban organizadas en ‘estamentos’ clasistas, y la economía era esencialmente rural y señorial. Esta estructura social era fija, no se movía nunca (el señor era señor, y el villano era villano, siempre). Las personas eran desiguales desde el nacimiento siendo el cambio social impensable. La sociedad del Antiguo Régimen estaba dividida en 3 grandes grupos:
         (1) la nobleza (5% de la población), por nacimiento o privilegio, controlaba enormes propiedades de tierras y bienes sobre los cuales tenía derechos jurisdiccionales, vivía de rentas e ingresos de sus tierras arrendadas y otros tributos y tasas. La nobleza no pagaba impuestos y ocupaba la mayoría de los cargos públicos mejor remunerados;
         (2) el clero (2% de la población) controlaba 40% de las propiedades agropecuarias; también no pagaba impuestos, y juntamente con la nobleza eran ‘privilegiados’ y con derechos jurisdiccionales de mitra ej.: recibían el diezmo, anatas, emolumentos  etc;
         (3) el llamado tercer estado estaba compuesto por campesinos, burguesía, clases populares de pueblos y ciudades etc. Apenas sobrevivían porque los impuestos y obligaciones debidos a las clases anteriores y a la corona no les permitían mejorar su situación socioeconómica. En las decisiones políticas no decidían nada ni ocupan cualquier cargo en la Administración, aunque algunos burgueses vivían bien y se enriquecieron con el comercio de corto y largo alcance.
          La sociedad española del siglo XVIII  dependía esencialmente de la agricultura y de la ganadería, siendo Castilla y León y sus numerosas y pequeñas poblaciones los mayores exponentes de la riqueza del país. Pero no había cambios significativos ni evolución de ningún tipo; en Europa, sólo en el Reino Unido se produjo una revolución agrícola con mejores técnicas y nuevas maneras de cultivo. Las principales características de la agropecuaria en España, apuntadas por algunos expertos, serían estas:
        (1ª) la mayor parte de las propiedades rurales estaban ‘amortizadas’ => no se podían comprar ni vender. Se encontraban en poder de las llamadas manos muertas (el clero y la nobleza, incluido el monarca). Las propiedades se mantenían siempre de la misma manera en virtud del mayorazgo => el hijo mayor heredaba todas las tierras y propiedades, en tanto que los ‘segundones’  (los demás hijos) se veían obligados a buscar trabajo en el ejército, en los conventos (masculinos/femeninos) o cuando era posible en la administración pública. Los grandes señoríos o cortijos (80% de las tierras productivas) se encontraban en las manos del rey, de la iglesia y de la nobleza: a esas tierras nadie tenía acceso, pues los que las trabajaba simplemente estaban condenados a ser ‘criados’ eternamente;
        (2ª) la gran parte de los campesinos (por no decir su totalidad), cuando mucho como se acostumbra decir, eran  jornaleros o arrendatarios. En Cataluña, las propiedades eran ‘medianas o pequeñas’: los enfiteutas o arrendatarios tenían contratos fijos y de larga duración. En Galicia, Asturias y Cantabria, existían los llamados foros => prestaciones señoriales a cambio del arrendamiento a tres generaciones, aunque debido al tamaño de las parcelas (muy subdivididas) sólo podían mantener a las familias que las trabajaban; y malamente. En Castilla, Extremadura y Andalucía existían grandes latifundios en condiciones muy duras para los campesinos que los cultivaban, además de sufrir con los derechos de la Mesta (asociación de ganaderos de ovejas) que primaban antes los monarcas y validos del rey sobre los agricultores de tierras. Los enormes y numerosos rebaños ovinos a veces arrasaban los cultivos y nada acontecía, pues los dueños de las ‘cañadas’ eran de ordinario señores feudales y amigos del rey;
         (3ª) los otros sectores de la economía española se relacionaban y prácticamente dependían de la agricultura y ganadería. De modo particular, los talleres artesanos (tanto en su creación como en la producción) estaban controlados por los gremios laborales (más tarde sindicatos) > asociaciones económicas de origen europeo que agrupaban a los artesanos de un mismo oficio, estructurados en tres niveles (aprendices, oficiales y maestros). Prádanos de Ojeda durante casi 170 años estuvo dependiente de los llamados ‘contratos de aprendizaje’, un documento de naturaleza jurídica donde intervenían un maestro que se comprometía a enseñar y  jóvenes que querían aprender un oficio. En los telares de nuestro pueblo, el gremio lanar fue un mercado libre marcado por el precio y la calidad: el precio se fijaba por el volumen de la producción y el número de telares y empleados (aprendices a partir de los 14 años, oficiales y maestros); la calidad dependía de la formación de la mano de obra, selección del material y de los auditores o veedores que velaban por la bondad del producto. También se llevaba en cuenta la tecnología (procedimiento de fabricación), la pericia del artesano y los costes de producción.     
           Los talleres artesanales, así como su creación y producción, estaban controlados por los gremios laborales -> asociaciones de cada especialidad artesanal ej.: en Prádanos de Ojeda, la especialidad era dupla: lanas y pieles de oveja. Los telares de lana no podían crecer ni ofrecer demasiados productos porque no había compradores fijos debido a la falta de excedentes (materia prima y dinero sobrante), derivados de la agricultura y la ganadería. En realidad, se trataba de un sistema proteccionista de producción ya que el comercio era esencialmente local o comarcal, además de poco desarrollado y con dificultades de transportes. Es difícil explicar por qué la producción de tejidos y paños burdos en Prádanos de Ojeda consiguió vencer todas estas dificultades y ultrapasó los límites regionales. A pesar de exportar lana castellana para Flandes/Holanda, el comercio exterior de Castilla y León estaba monopolizado por empresas extranjeras ej.: tejidos y paños finos, ya que la falta de excedentes no permitía ‘vender’ ni comprar. Era una economía agraria casi de autoconsumo en lo que se refiere a la vestimenta, pues los gremios tenían como objetivo conseguir un equilibrio entre la demanda de productos y el número de telares (talleres) activos, garantizando el trabajo a sus asociados y familiares de ellos dependientes, así como su bienestar económico y los sistemas de aprendizaje. Los oficiales constituían una categoría no muy bien definida en la que se debía madurar en la profesión y adquirir mayor perfección en el oficio. Ya la maestría posibilitaba la abertura de talleres propios, contratar obras y establecer normas de comercialización. Curiosamente, los gremios españoles ‘mantenían’ la vida espiritual de sus asociados con culto al santo patrón gremial (en Herrera y pueblos adyacentes, san Juan Bautista) y, como consecuencia, realizaban fundaciones de caridad (cuidaban de huérfanos y viudas mediante dotes y ayudas económicas). Prádanos de Ojeda llegó a tener un  hospital, proyecto del gremio lanero. Atendían también a las exequias de los muertos y sufragios por la eterna salvación de sus almas. Un cura del pueblo hacía de guía espiritual para todos los miembros del gremio. Por lo general, los gremios laborales regulaban todos los aspectos, materiales y espirituales, de la vida de los artesanos,  y se inspiraban en principios de mutualidad y religiosos, gestionando las prácticas de beneficencia como hospitales, asilos, orfanatos etc.          
         Pero es necesario recordar que los talleres artesanales agrupados en gremios sufrieron duras críticas porque dificultaban la introducción de innovaciones tecnológicas que aumentaban la productividad. Al contrario, mantenían el monopolio del sector y sus privilegios. Jovellanos fue un ‘implacable detractor’ de los gremios castellanos debido a su anquilosamiento con una producción escasa, cara y de mala calidad. Se criticaba la falta de agilidad y movilidad de las corporaciones extremamente fosilizadas. Los gremios estaban ajenos a los nuevos conceptos triunfantes de la moda y eran obstáculos para la libertad de fabricación. Entre tanto, los gremios tenían también sus defensores como Francisco Romá y Rosell y Antonio Capmany. Estos dos catalanes reconocían que los gremios eran poco competitivos, pero esas corporaciones habían sabido prevenir la decadencia de las artes y del futuro social de los artesanos. Sin embargo, las fábricas mecanizadas apuntaban hacia la proletarización y desintegración de las corporaciones gremiales. En Barcelona-Mataró (1807) ya funcionaba a todo vapor una fábrica con 18 máquinas inglesas movidas por fuerza hidráulica. Enrique Giménez comenta esta situación: ‘el caso catalán era una excepción en una realidad manufacturera dominada por un mercado raquítico, con un escaso nivel de consumo. Por falta de alicientes, seguía atraída por la tierra, y por lo general carecía de innovaciones tecnológicas’. Además, el reducido comercio interior estaba totalmente desarticulado debido a la escasa capacidad de compra del campesinado, con limitadas rentas después de pagar a los señores, a la corona y a la iglesia. El propio campesino producía parte de su propia vestimenta y la mayoría de los utensilios de trabajo o del hogar. Y lo poco que no era de elaboración propia, lo compraba a los artesanos locales. En la España del siglo XVIII, según comentarios de algunos visitantes extranjeros, ‘no se ve otro comercio que el de los vinos y los aceites, cargados en odres sobre mulas o jumentos, que pasan de una provincia a otra. El de los granos [cereales] se vale igualmente de la ayuda exclusiva de las bestias de carga […]. Y sobre todo el de las lanas que, desde las majadas y lavaderos esparcidos por las dos Castillas, toman la ruta de Bilbao, Santander y demás puertos de la costa septentrional’… El ‘mercado nacional’ sufría infelizmente de dos males terribles: las aduanas entre los antiguos reinos que seguían prácticamente inalteradas al estar en manos de la nobleza, y la tasa del grano que impedía el libre tráfico de cereales, un de los motivos del motín de Esquilache. El abate Miguel Antonio de Gándara (escritor y economista santanderino) decía: ‘la libertad es el alma del comercio; es el crecimiento de todas las prosperidades del Estado; es el rocío que riega los campos; es el sol benéfico que fertiliza las monarquías. El comercio es el riego universal de todo’.   
          Retomando el tema del absolutismo francés, después de una pequeña digresión a cerca de los estamentos clasistas y gremios laborales tan importantes en España (Castilla y León), podemos referirnos ‘al triunfo de la España vertical borbónica e ilustrada sobre la España horizontal austriaca y federal, como agregado territorial con un nexo común a partir de una supuesta identidad española plural y extensiva. Ya la España vertical borbónica, al contrario,  estaba centralizada y articulada en torno de un eje central que ha sido siempre Castilla y León, vertebrada desde una espina dorsal, con el concepto de una identidad española homogeneizada e intensiva’, según nos lo dice Ricardo García Cárcel (1948…), ensayista e catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona. La Nueva Planta borbónica > abolición, por vía militar, de las instituciones y leyes propias de la corona de Aragón, produjo dos consecuencias importantísimas:
    (1ª) se estableció el absolutismo monárquico a la moda francesa y se instauró una administración militarizada, de inspiración castellanofrancesa, para controlar los ‘reinos, estados y señoríos’ que habían sido ‘rebeldes’ en la entronización de la nueva dinastía. En opinión de Joaquín Albareda Salvadó, este hecho determinó ‘la conclusión política de la decadencia española’, pues se proclamó un estado absolutista, centralista y uniformista, inspirado en el modelo de Luis XIV, y en la imposición de las leyes vigentes en Castilla y León a todo el país; y
       (2ª)  también decisiva fue la aceleración del proceso de castellanización de los españoles al declarar el castellano como la única lengua oficial. Miguel Antonio de Gándara resumía esta cuestión en breves palabras (1759): ‘a la unidad de un rey son consiguientemente necesarias otras seis unidades: una moneda, una ley, una medida, una lengua y una religión’. Este tipo de monarquía absoluta ya la había escrito José de Campillo, ministro de Felipe V: ‘no es menester en una monarquía que todos discurran ni tengan grandes talentos. Basta que sepa trabajar el mayor número, siendo pocos los que deben mandar, los que necesitan de luces muy superiores. La muchedumbre no ha de necesitar más que fuerzas corporales y docilidad para dejarse gobernar’. En España, entre tanto, había limitaciones al poder del rey absoluto: a mediados del siglo XVIII, había en España unos 30.000 señoríos que abarcaban más de la mitad de la población campesina y limitaban los poderes del rey frente al poder inmediato del señorío. Floridablanca reclamaba: ‘no es mi ánima que a los señores de vasallos se les perjudique ni quebranten sus privilegios, pero debe encargarse mucho a los tribunales y fiscales para que enajenen todas sus jurisdicciones conforme a las leyes de la corona’.         
                Los consejeros franceses consideraban la monarquía austríaca obsoleta e ineficaz, exactamente porque las decisiones de Estado tardaban en tomarse y limitaban la autoridad absoluta del rey, sobre todo porque los varios consejos especializados en asuntos diferentes eran controlados por la nobleza (los Grandes de España). De ahí la necesidad de acabar complemente con el sistema de consejos; sólo el Consejo de Castilla y León, órgano supremo de asesoría, mantuvo sus extensas atribuciones gubernativas y judiciales, pues las secretarías de Estado y del despacho (Gracia y Justicia, Hacienda, Guerra, Marina e Indias) despachaban por separado con el monarca, y por cima una misma persona acumulaba varias secretarías. Sólo con Floridablanca en tiempos de Carlos III (1787) se constituyó la Junta Suprema del Estado, suprimida 5 años después por Carlos IV. Se creó la figura de los intendentes en cada una de las provincias del reino en detrimento de los corregidores, alcaldes mayores y regidores de los ayuntamientos, limitándose la actividad de las autoridades locales a la gestión del patrimonio municipal ej.: se regularon los servicios públicos esenciales, como los relacionados con el abastecimiento alimentario. Se suprimieron asimismo los ‘puertos secos’ > aduanas entre las coronas de Castilla y Aragón para que el comercio circulase entre todas las provincias, ‘libre y sin impedimento alguno’. Sin embargo, cuando Floridablanca intentó aplicar el sistema de ‘única contribución’ nadie le obedeció. Sólo el marqués de la Ensenada consiguió aumentar los arrendamientos de impuestos a cargo de los intendentes. Y esto sólo fue posible porque las crisis de subsistencias y las hambrunas retrocedieron un poco, aunque la mortalidad infantil afectaba a 25% de los nacidos en el primer año de vida. No da para creerlo, pero la esperanza de vida de los españoles en la época pasó de 25 para 27 años. Hubo cuatro crisis demográficas a cortos intervalos: en 1706/10, en plena Guerra de Sucesión Española, coincidieron los efectos de la guerra, de la epidemia y del hambre; en 1762/65, en el reinado de Carlos III, hambrunas violentas afectaron al interior de la España (Castilla. Extremadura y Andalucía); en 1780/83, las ‘fiebres tercianas’ (viruela y paludismo) afectaron a más de 1 millón de personas con 100.000 muertes; en 1798/99, una epidemia de ‘tercianas y fiebres pútridas’ afecto a las dos Castillas, Aragón y Cataluña. A pesar de todo, la población de España, a lo largo del siglo XVIII, pasó de 8 millones de habitantes (1700) a 11,5 millones (1797), según el censo de Godoy. Este aumento demográfico se debió principalmente a una leve caída de la mortalidad a causa de los progresos de la medicina y de la higiene, aunque fueron muy limitados.
           En todo este tiempo, la agricultura continuó siendo la principal  actividad económica de una población rural, toda ella integrada por labradores y otros cultivadores de la tierra que totalizaba cerca del 80/90% de la masa activa trabajadora. En el siglo XVIII, la agricultura experimentó un cierto crecimiento, gracias ‘a la extensión de la superficie cultivada, la mejora en los cultivos, la aclimatación de otros nuevos [maíz y patata por ejemplo] que pasaron a integrar la dieta diaria allí donde se dan, la importación de grano, la mejora de las comunicaciones y la construcción y perfeccionamiento de silos donde poder almacenar el cereal en previsión de malas cosechas’, según nos opina Rosa Capel Martínez. Ciertamente, los atrasos del sector agrario fueron denunciados por muchos ilustrados, pero todos ellos no se atrevieron a poner en práctica las medidas necesarias. Gaspar M. Jovellanos (1744-1811), escritor, jurista y político ilustrado, decía: ‘¿qué nación hay que no tenga mucho que mejorar en los instrumentos [agrícolas], mucho que adelantar en los métodos, mucho que corregir en las labores y operaciones rústicas de su cultivo? En una palabra: ¿qué nación hay que en la primera de las artes no sea las más atrasada de todas? En verdad, España sufría de un ‘bloqueo agrario’: (1) las tierras cultivadas estaban vinculadas por los mayorazgos de la nobleza o amortizados por las ‘manos muertas’ de la iglesia y ayuntamientos; y las tierras ‘libres’ tenían un precio muy alto; (2) las rentas provenientes del sector agrario no revertían para el campo; servían apenas para sufragar los enormes gastos de la nobleza y del clero. Estos dos estamentos privilegiados detentaban la propiedad de cerca de 60% de las tierras a través de los diezmos (iglesia) o derechos jurisdiccionales (nobleza); (3) los excedentes agrarios en manos de los labradores eran tan escasos que mal daban para el sustento. Sólo los arrendamientos a largo plazo incentivaban a los labradores, pero la renta que se debía pagar al propietario impedía cualquier mejora en los cultivos. La ganadería en general y la trashumancia de ovejas en particular comenzaron a deteriorase en 1770, debido a diversos factores económicos (precio de los pastos y de la lana, además de los salarios); hubo un recorte de la Mesta en beneficio de los agricultores cuando se permitió la roturación de pastos, dehesas y cañadas.
                        En esta vista de pájaro sobre la sociedad y mentalidad españolas en tiempos de la llamada Restauración borbónica percibimos una sociedad dual en la cual conviven dos mundos muy diferenciados y que persisten hasta los días actuales (con pocas alteraciones relevantes): (1) un inmenso interior agrario con formas de vida y subsistencia bastante atrasadas en relación a los países más desarrollados; y (2) algunas zonas industrializadas donde abría paso una sociedad moderna y bastante progresista. Si bien que estas zonas siempre fueron periféricas, con excepción de Madrid, la capital. Entre ambas sociedades existía una relación de convivencia muy frágil, casi inexistente. Tratábase de una sociedad pobre con bajísimas rentas que impedían el consumo y el ahorro, dificultando el desarrollo industrial y la modernización de la sociedad española como un todo. Prueba de esta realidad es el desempleo sistémico del país. Como leí en un libro de economía, ‘el bloque de poder’ sistemáticamente estuvo formado por el triángulo dominante bastante alienado a lo que sucedía en el resto del país: ‘los siderúrgicos vascos, los empresarios textiles catalanes y los grandes cerealistas castellanos’. Por fuera, como se dice en el Brasil, corría la oligarquía agraria, predominante en las dos Castillas y regiones menos expresivas. En el medio agrario prevalecieron las clases medias bajas (pequeños propietarios, arrendatarios, aparceros, campesinos sin tierra, jornaleros o braceros que sufrían una situación de paro intermitente y bajos salarios) > una amplia masa de población caracterizada por una alimentación deficiente, carencias sanitarias e higiénicas y falta de cultura elementar (analfabetismo casi total). Nuestro pueblo y la mayor parte de los municipios palentinos están perfectamente retratados en este perfil socioeconómico. Ya en el medio urbano prevaleció una sociedad más modernizada, pero sólo en determinadas zonas del país (industria siderúrgica vasca e industria textil catalana con relativo empuje y dinamismo empresarial). La burguesía catalana se orgulla de su progreso (y con justa razón, dígase de pasaje), pero es necesario entender que su éxito económico se debe principalmente al proteccionismo del gobierno monárquico (esencialmente castellanoleonés) que le permitió prosperar sin tener que hacer frente a la competencia extranjera, además de ser un foco de inestabilidad económica y financiera para todo el país como ocurrió en la crisis de 1866. Las consecuencias de todos esos descalabros se extendían por todas las regiones peninsulares: los catalanes (aunque no lo aceptan fácilmente), en la historia de España y  en los ‘filmes de nuestra economía’ aparecen más como villanos que como héroes… Y peor: este perfil continúa hasta los días actuales…    
         De otro lado, la llamada Restauración borbónica, o simplemente Restauración, corresponde a un momento político muy confuso de nuestra historia: se extendió desde el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos (1874) que dio fin a la 1ª República hasta la proclamación de la 2ª República (1931). El propio nombre hace alusión a la recuperación del trono por parte de Alfonso XII (1875/85), hijo de Isabel II (Casa de Borbón), después del llamado Sexenio Democrático, esto es,  un corto periodo de nuestra historia transcurrido entre el triunfo revolucionario (1868) y la etapa conocida como Restauración borbónica (1874). En este sexenio, cuatro bloques políticos luchaban, o mejor se enroscaban como podían en busca del poder por el poder exactamente como en nuestros días (unionistas, progresistas, demócratas monárquicos y republicanos federales/alfonsinos, además de los carlistas y grupos independentistas americanos). Esto sí fue un verdadero saco de gatos, cosa muy frecuente en la historia negra de España. La crisis financiera de 1866 en el reinado de Isabel II (precedida por la crisis de la industria textil catalana, debido a la escasez del algodón norteamericano y provocada por la Guerra de Secesión) tuvo como detonante principal el descalabro de las compañías ferroviarias que arrastraron con ellas a bancos y sociedades de crédito catalanas. La crisis de Cataluña desató una oleada de pánico por todo el país. En consecuencia, sobrevino otra crisis mucho peor, la crisis de subsistencias motivada por malas cosechas en Castilla y León, principales exportadores de cereales. Infelizmente, estas crisis no afectaban a los políticos y hombres de negocios, sino a las clases populares a causa de la escasez y carestía de productos básicos como el pan de cada día. Hubo motines populares en muchas ciudades y pueblos donde el trigo llegó a costar seis veces más. Hubo paro desencadenado por la crisis financiera afectando a los dos sectores que más trabajo proporcionaban: las obras públicas (incluso, ferrocarriles) y la construcción civil. Las crisis financiera y de subsistencias crearon condiciones sociales explosivas en los sectores populares en la lucha contra el régimen isabelino. Francisco Fuentes interpreta así este momento: ‘existe una relación causa-efecto entre la crisis económica y la revolución de 1868’. Y no se puede ignorar el hecho concreto de que el gobierno isabelino se quedara reducido a una camarilla político-clerical totalmente aislada de la realidad del país. La grave crisis de subsistencias (1867/68) generalizó la sensación de catástrofe nacional que se apoderó de España. Delante de tal situación, Isabel II tuvo que enfrentar varios grupos hostiles: los inversores que querían salvar su patrimonio; los industriales que precisaban de mayor proteccionismo; los campesinos y obreros que no aceptaban pasar hambre…

quarta-feira, 19 de fevereiro de 2014

La Ojeda: el modelo foralista


                 

                    El rey Carlos II de España llamado el Hechizado  (era dado a brujerías e influencias diabólicas), desde pequeño creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia además de estéril, lo que acarreó un grave problema sucesorio, al morir sin descendencia (1700). Así, ocasionó la extinción de la rama española de los Austrias y trajo la novedad borbónica a España. Ante tales circunstancias, por el tratado de paz de Ryswick (1697), se firmó la posibilidad de Francia acceder al trono español, lo que se confirmó cuando Carlos II hizo testamento en favor de Carlos de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia - el Roi Soleil que pronunció la frase más famosa de la historia, por su alcance político, ‘l’Etat c’est moi’. Realmente, en sus 64 años de gobierno, el Rey Sol creó un régimen absolutista y centralizado en la persona del soberano, de gran influencia en todas las cortes de Europa. Curiosamente, Luis XIV casó con María Teresa de Austria, hija del rey Felipe IV de España e Isabel de Francia (tíos carnales) y, por tanto, Luis XIV y María Teresa eran primos hermanos (dobles).  Ocurre que la segunda mujer de Carlos II, Mariana de Neoburgo, apoyaba las pretensiones de su sobrino el duque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo I. Estas pretensiones fueron respaldadas por Inglaterra y Holanda, tradicionales enemigas de España durante el siglo XVI/XVII, que en el momento rivalizaban con la Francia hegemónica de Luis XIV. Con la muerte de Carlos II a los 38 años de edad -su cadáver ‘no tenía ni una gota de sangre, el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenados, tenía sólo un testículo negro como el carbón, y la cabeza llena de agua’- la tensión entre Francia y España y el resto de las potencias europeas (éstas desconfiaban del poder acumulado por los borbones) aumentó debido a una serie de errores diplomáticos cometidos por Paris y Madrid. Por eso, a través del tratado de Haya (1702), el Reino Unido, Holanda y Austria declararon la guerra a Francia y España. En ese medio tiempo, nadie lamentó la muerte de Carlos II que, según el nuncio papal, era ‘más bajo que alto, no mal formado, pero feo de rostro […]. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora. Por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia’.
       El problema de la sucesión al trono de España dominó la situación europea en los albores del siglo XVIII, debido a que la herencia de la corona española era cuantiosa, pues Calos II no sólo era rey de España, sino también de Nápoles, Sicilia, Milán, Países Bajos y, principalmente, de un gran imperio colonial. La llegada a España del futuro Felipe V de Borbón creó dos bandos dentro y fuera de España: uno, apoyaba a Carlos de Anjou (francés); otro, al archiduque Carlos de Hamburgo (alemán). Enseguida estalló la guerra civil y europea al mismo tiempo, con doble perspectiva: Felipe V representaba la hegemonía francesa y la temida unión Francia/España. Este peligro llevó a Inglaterra, Holanda y Austria a apoyar la candidatura del archiduque Carlos: todas las potencias europeas se posicionaron a favor o contra. Este conflicto quedó conocido en la historia como Guerra de Sucesión Española (1701/13). De otro lado, el futuro Felipe V representaba en España el modelo centralista francés, apoyado por la corona de Castilla y León, mientras el archiduque Carlos de Hamburgo personificaba el modelo foralista = de fueros y particularismos legislativos, cuyo lema era ‘Dios, Patria, Rey’, apoyado por la corona de Aragón, y claro, como siempre, por Cataluña que era contra todos y contra todo. La guerra terminó con el triunfo retumbante de Felipe V en varias y decisivas batallas. Sin embargo, el desenlace del conflicto tuvo un otro factor preponderante: Carlos de Hamburgo heredó el imperio Alemán (1711) y se desinteresó de aspirar al trono de España, en tanto que Inglaterra y Holanda vieron con prevención la posible unión España/Austria bajo un mismo monarca. La guerra terminó con el tratado de Utrecht (1713) que estipulaba: (1) Felipe V renunciaba a cualquier derecho al trono francés, pero era reconocido como rey legítimo de España y de sus colonias americanas; (2) los Países Bajos y territorios italianos (Nápoles, Sicilia y Cerdeña) pasaron a Austria;  (3) Inglaterra obtuvo Gibraltar y Menorca, y los derechos de navío de permiso (comercio con las Indias) y asiento de negros (comercio de esclavos).
       La llegada a España de la dinastía borbónica propició importantes cambios en la estructura del Estado, inspirados en el modelo absolutista francés: fueron medidas centralizadoras para tornarlo más eficaz y dinámico ej.: los decretos de Nueva Planta (1707) abolieron los fueros e instituciones de la corona de Aragón; infelizmente, permanecieron los fueros vasconavarros visto que apoyaron la entronización de Felipe V. Se creó un modelo de administración territorial en provincias (los ayuntamientos mantuvieron sus cargos) con capitanes generales (gobernadores/políticos provinciales), las Reales Audiencias (para cuestiones judiciales) y los Intendentes (funcionarios encargados de las finanzas). Además se reformó la administración central con una monarquía plena y absoluta. El Consejo de Castilla pasó a ser el órgano máximo del rey, asesorado por secretarías de despacho = los futuros ministerios del Estado ej.: Gobierno, Guerra, Marina, Hacienda, Justicia e Indias. Otra medida importante: se intensificó la política regalista buscando la supremacía de la corona de Castilla y León sobre la iglesia. También hubo conatos para reformar la Hacienda a fin de unificar y racionalizar los impuestos. .. En este periodo se llevó en cuenta sobre todo las reformas proclamadas por el despotismo ilustrado, siendo tal vez por este motivo un ciclo de recuperación económica, aunque como sucedía de ordinario era mayor en la periferia que en el centro peninsular ej.: Castilla y León. En este contexto de crecimiento económico se realizaron los primeros censos con la finalidad de conocer mejor las potencialidades económicas y fiscales del país: primero con el conde de Aranda (1769) y después con Floridablanca (1787). Los ministros ‘ilustrados’ (ni tanto, digamos así) tomaron conciencia de la necesidad urgente de emprender reformas principalmente en la agricultura = ocupación de la mayoría de la población, que estaba muy atrasada. Para tal se crearon asociaciones reales o sociedades económicas en toda España.                   
               El rey Carlos III (1759-1788), de carácter sencillo y austero, realizó un gobierno de reformas que provocaron un descontentamiento social, ciertamente asociado a supuestos privilegios de su política urbanística en Madrid ej.: tasas de alumbrado, prohibición de arrojar basura a la calle, modificación de costumbres etc, así como algunas reformas administrativas y hacendísticas. Hubo un motín de subsistencias en Madrid y en varias otras provincias contra el marqués de Esquilache (italiano) debido a sus medidas impopulares y a la carestía de pan y otros alimentos básicos. En realidad, este motín contra Esquilache fue una revuelta de carácter social con reivindicaciones políticas y económicas expresadas de manera bastante ingenua. No hubo ningún sentimiento popular contra el poder real o contra los privilegios de la nobleza o del clero. Sin duda, la causa material del descontentamiento fue la subida de precios de los alimentos de primera necesidad, con verdadera situación de hambre atribuida a las medidas reformistas de Esquilache. Pero visto desde lejos, se trataba de un hundimiento en los salarios reales  (segunda mitad del siglo XVIII), tal vez comparable a las terribles hambrunas del siglo anterior. Las crisis de subsistencias eran insoportables para los más humildes, sobre todo antes de las cosechas y cuando las reservas del año anterior se agotaban. Así, dada la inexistencia de un mercado interior más agilizado y también de dimensiones esencialmente  nacionales tanto por razones geográficas como por atrasos tecnológicos y de estructura económica y social, nadie conseguía entender las reformas ilustradas donde prevalecía la ley de la oferta y la demanda. Los acaparadores de trigo (nobleza y clero) no tenían ningún incentivo del gobierno para vender el trigo barato. Por eso las revueltas populares actuaron casi siempre contra la depauperación de las clases más pobres sea en nuestros pueblos de La Ojeda sea en las grandes ciudades del país.      
          El problema constante y repetitivo de las revueltas populares en España  ha sido objeto de varios estudios historiográficos, donde los pesquisidores buscan las causas ‘lejanas’ y/o ‘próximas’ de tales acontecimientos. En casi todas las situaciones cotejadas sobresalen la depauperación y el abandono por parte de las autoridades que tenían la misión sagrada (por lo general muy dejada de lado) de garantizar el abasto barato de bienes de consumo - la llamada economía moral de la multitud. Las causas detonantes de las revueltas podían tener cualquier motivación ej.: en el motín de Madrid, fueron las capas de los embozados, favorecidas por intrigas socio-políticas de extraordinaria complejidad. De ordinario se juntaban banderías nobiliarias, exigencias del clero contra el regalismo, redes de clientes de origen universitario etc. La xenofobia antiitaliana contra Esquilache, así como la antiflamenca constatada en la guerra de las comunidades en Castilla en tiempos pasados (1520/21), fueron elementos movilizadores importantes en la Historia de España. Para varios estudiosos, parece significativa la comparación del motín contra Esquilache con los movimientos sociales de la época, tanto en Madrid como en las provincias y pueblos de toda España, insuflados posteriormente por la revolución francesa (1789). Las turbas populares que asaltaron el Palacio de Versalles y trajeron de vuelta a París a la familia real (el rey y la reina eran ‘Panadero’ y ‘Panadera’), no fueron muy distintos de los protestos madrileños. En Francia hubo un asalto al poder por parte de la burguesía, en España no lo hubo aunque el rey Carlos III corrió serio peligro y por eso se ausentó corriendo literalmente de Madrid. A pesar de todo eso, el propio rey ironizaba el comportamiento de los españoles: ‘el monarca en Madrid se burlaba de la buena fe de esta especie de resistencia pasiva que advertía en el pueblo frente a sus mejoras. Solía decir que sus súbditos españoles eran como los niños que lloran cuando se les lava y se les peina’, comentó José María Pemán. Pero en la lista de exigencias siempre constaban ‘que bajen los precios de los comestibles’ y ‘que sean suprimidas las Juntas de Abastos’ =abastecimiento alimentario de pueblos y ciudades del Antiguo Régimen, susceptible de manipulación política, a cargo de los corregidores (alcalde mayor o adelantado), ni siempre justos y cordatos…
         El reformismo borbónico en España y, por ende, en América colonial, coincide con el cambio de dinastía reinante,  nuevo impulso ilustrado para llevar a cabo un ambicioso plan reformista (más teórico que práctico), iniciado con Fernando VI llamado el Prudente (1746-1759), por cierto un rey que tuvo que luchar con uñas y dientes para reconquistar su derecho legítimo al trono español. Entre sus grandes rasgos como rey, de ahí el apellido de Prudente, fue exactamente ‘conservar la paz, liquidando el belicismo del reinado anterior a fin de reducir los gastos militares y concentrar las energías sobre el desarrollo del país’. Este pacifismo de Fernando VI le permitió  concentrarse sobre la reconstrucción económica y financiera de España. Un proyecto del marqués de la Ensenada exigía la implantación en Castilla y León de una única contribución directa proporcional a las fortunas familiares a través de un catastro que se levanto al efecto (1749/56). Dificultades y resistencias de pocos adinerados suscitadas por aquella operación, impidieron su aplicación inmediata; sólo fue posible aplicarla en el reinado de Carlos III, y de forma transitoria y parcial. Otra medida impactante fue la reconstrucción de la Marina Real, medida vital para mantener el comercio transatlántico y el imperio colonial americano. Su reinado se caracterizó también por dos hechos interesantes: un nuevo concordato con el papa en la línea regalista (el derecho de patronato sobre las iglesias y expolios y rentas de obispos fallecidos); y el florecimiento cultural, pues como monarca ilustrado protegió a las bellas artes y sociedades económicas distribuidas por todo el país. De negativo, la Gran Redada = un intento de exterminar a los gitanos mediante su arresto y separación de hombres y mujeres, obligándolos a trabajar: a ellos en astilleros y minas, y a ellas en fábricas y telares. Los niños menores de 14 años fueron internados en instituciones religiosas. Murió con alto grado de locura -médicos actuales suponen que el rey Fernando VI falleció victimado por el Mal de Alzheimer, agravado por la muerte de la reina Bárbara de Braganza, pues ‘eran profundamente unidos’. Hasta su muerte, el rey se tornó extremamente agresivo, y ‘tenía impulsos muy grandes de morder a todo el mundo’. Para calmarlo le suministraban opio. El rey intentó suicidarse en varias ocasiones y pidió veneno a los médicos o armas de fuego a los miembros de la guardia real. A veces fingía que estaba muerto, o se envolvía en una sábana para trasformarse en fantasma. Cada día estaba más delgado y pálido y no cuidaba del aseo personal; dormía sobre dos sillas  y un taburete. Dejó de hablar y redujo sus comidas al punto de no alimentarse más. Por fin se encerró en una habitación en la que había lugar escaso para una cama, donde pasó sus últimos meses de vida. Una pena, pues fue un rey de gran valor e inteligente como lo demuestran los grandes proyectos de su reinado para modernizar el país. Le sucedió su hermanastro Carlos III, hijo de Felipe V y su endiablada mujer, Isabel de Farnesio, al morir sin descendencia propia.    
           Carlos III de España comenzó su reinado con una dura diatriba de Fernando VI que aún resonaba en su cabeza  y en la de su madre, Isabel de Farnesio = princesa del ducado de Parma/Italia. A ella se dirigió con estas palabras: ‘lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido’. Aludía al hecho ya consumado: con apenas una semana de la muerte de Felipe V (de apoplejía, según parece), Fernando VI ordenara que su madrasta abandonase  el Palacio Real del Buen Retiro; fue desterrada de Madrid con residencia en La Granja de Santo Ildefonso, a pesar de sus protestos de reina viuda. Carlos III fue rey de Nápoles y de las Dos Sicilias (1734/59): estos años le dieron experiencia muy valiosa, sobre todo en relación a los barones y a la iglesia, pues acaparaban más de 50% de las tierras, por lo que impedían el acceso de sus vasallos a los tribunales. El rey comenzó por limitar su influencia política, dejando clara la supremacía de la corona, aunque su poder económico quedara intacto. Hizo también hincapié en mejorar las edificaciones públicas y construir ricos complejos palaciegos ej.: el Palacio Real de la Caserta es uno de los mayores palacios reales del mundo, construido a la moda Versalles de Luis XIV. Se dice de él: ‘dejó con gran tristeza, tanto de los reyes como del pueblo, la corona de Nápoles’. Con tales experiencias y deseos de prosperidad y mudanzas, todas ellas en la línea de la Ilustración, Carlos III inició su reinado en España haciendo cambios importantes sin quebrar el orden social, político y económico básico con la ayuda de un buen equipo de ministros y colaboradores ilustrados ej.: Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Wall, Grimaldi etc. Fue un rey extremamente reformista en todos los sentidos, aunque sobresalió como el Mejor Alcalde de Madrid - se le considera, exageradamente en mi opinión, ‘el máximo exponente del despotismo ilustrado en España’. Y digo exageradamente porque muchas de las reformas se quedaron simplemente en el papel y apenas en las buenas intenciones de siempre. De hecho, mejoró la capital de España en su afán de reformas urbanísticas (¡quería suplantar al Rey Sol!), origen de revueltas y motines populares sin fin. Pero nadie puede dejar de apreciar ‘el avance hacia la configuración de España como nación’ (!?), a la que dotó de algunos símbolos de identidad (himno y bandera). Carlos III se esforzó en modernizar Madrid con la construcción de paseos, saneamiento básico, iluminación pública y monumentos grandiosos ej.: Puerta de Alcalá, Museo del Prado, Jardín Botánico etc, además de levantar edificios representativos destinados a los servicios de la creciente administración pública y dar un impulso gigantesco a los transportes y comunicaciones interiores ej.: los correos, la red radial de carreteras convergiendo a la capital,  uniendo como nunca se había hecho las diversas regiones españolas etc. Fue por estas realizaciones que se le conoce por el Mejor Alcalde de Madrid. Defendió un plan industrial destacando como punteras algunas industrias de lujo, dejando de lado la producción de bienes de consumo en toda la geografía española. Firmó el plan teórico para el desarrollo de la industria -Discurso sobre el fomento de la industria popular, de autoría de Campomanes- a fin de mejorar la economía de las zonas rurales y hacer posible su autoabastecimiento, pero no se llevó a cabo. Surgieron algunas Sociedades Económicas de Amigos del País, mas su actuación dejó mucho a desear. Lo peor de su reinado fue el ya comentado Motín de Esquilache (1766), pues el levantamiento iniciado en Madrid se trasladó a muchas otras ciudades. Con una observación relevante: en cuanto en Madrid las quejas se referían al gobierno de la nación, en las provincias las quejas y reivindicaciones se dirigían a las autoridades locales, lo que revela un problema subyacente de corrupción e incompetencia administrativa, consideradas por la muchedumbre intolerables, sobre todo porque conducidas por personas extranjeras indeseables, caso de Esquilache (secretario de Hacienda), Grimaldi y la guarda valona.

               Hubo evidentemente manipulaciones nobiliarias y eclesiásticas en ataques directos contra las reformas llevadas a cabo por los ministros extranjeros de poca o ninguna simpatía popular, a veces ridículas = ‘cambiar la capa larga y el sombrero ancho madrileño por la capa corta y sombrero de tres picos’. Los perjuicios ocasionados por una causa ingloria fueron de causar espanto, en cuanto que el pueblo exigía la reducción de los precios de los alimentos y no era atendido. Carlos III desterró a Esquilache y nombró al conde Aranda que de inmediato aceleró la importación de cereales y reformó los gobiernos concejiles. Sin embargo, derrapó en sus conjeturas, acusando a los jesuitas del motín de Esquilache y a la Compañía de Jesús de interferir en los asuntos del Estado. Motivos:  ‘poseer grandes riquezas’ (!?), ‘controlar los nombramientos y la política eclesiástica’, ‘apoyar al papa’, ‘participar en los asuntos del Paraguay’ (misiones jesuíticas) etc., simples y odiosos pretextos para expulsar a los religiosos por ‘razones de Estado’ (¡?). En realidad, ministros anticlericales y masones de plantón no sabían cómo retirar de los jesuitas la enseñanza pública (la única que funcionaba a contento de todos), prácticamente toda ella en manos jesuíticas. Inventaron un plan de Estudios Universitarios fundamentado en ‘disciplinas científicas y de investigación’, contestado hasta por la Universidad de Salamanca, centro de referencia mundial. Esos mismos ‘ministros’ corruptos y ladrones, además de extremamente incompetentes y desarticulados con las necesidades populares, aprovecharon las ‘riquezas jesuitas’ (¡?) para crear ‘nuevos centros de enseñanza’ ahora anticlericales y multiplicar las ‘residencias universitarias’ a costa de la inteligencia,  trabajo y sudor ajenos. Con las supuestas riquezas se crearon también ‘hospitales y hospicios’ (¡?). Muchos sectores de la nobleza y de la iglesia católica se opusieron a tal descalabro, pero de nada adelantó: el odio y la intolerancia triunfafron sobre la razón y la justicia. Se les expulsó de España (1767) y todos sus dominios y posesiones fueron confiscados.
       Se habla de  reformas agrícolas en el reinado de Carlos III a través de las ya mencionadas Sociedades Económicas de Amigos del País, fundadas por José de Gálvez, de espíritu también iluminista  = ‘tales amigos’ pretendían promover la difusión de la enseñanza primaria a todos los españoles, además de promover el desarrollo y la difusión de la industria, comercio, agricultura,  ciencia y cultura hispánica; sólo mentiras y aspiraciones de quien no sabe establecerse por falta de competencia.  Gracias al asturiano Pedro Rodríguez, conde de Campomanes (1723-1802), adepto del despotismo esclarecido  -llegó a ser ministro fiscal del Consejo de Castilla- hubo algunas reformas en tres sectores específicos: jurídico, político y económico, bajo el signo de la Ilustración’.  En el sector económico, de modo especial, se opuso al monopolio gremial y de la Mesta = asociación de ganaderos castellanos que regulaba la trashumancia de ovejas y defendía sus intereses frente a los labradores. Era controlada por la nobleza de Castilla y León, y los ‘caminos’ por donde circulaban fueron las famosas cañadas de nuestros antepasados. Infelizmente, la invasión de las tierras de cultivo por parte de los rebaños provocó numerosos conflictos entre los intereses de los campesinos y ganaderos. En estas disputas, los reyes favorecieron casi siempre a los nobles de la Mesta: en consecuencia, conseguían ciertos privilegios que irritaron profundamente a los labradores de Castilla y León. La lana de oveja y las pieles ovinas  fueron los principales productos de exportación del comercio castellanoleonés. Prádanos de Ojeda levantó cabeza en esta ocasión con sus 30 telares y unos 500 empleados. Época gloriosa de La Ojeda. Esas exportaciones se dirigían a Flandes (Holanda/Bélgica). Castilla y León también vendían a casi toda Europa hierro y aceite (!?), e importaban productos manufacturados y paños finos (de primera calidad), procedentes de Francia, Inglaterra y la región de Flandes. En realidad, la Mesta de Pastores era una institución medieval: organizaba la trashumancia por las cañadas del ganado ovino entre el norte y el sur de la península Ibérica. Fue creada en Castilla (1273) por el rey Alfonso X el Sabio, a partir de asociaciones y cofradías de ganaderos de Castilla y Aragón. Como asociación privilegiada tenía plena libertad para llevar sus rebaños en todo el territorio nacional, además de poder castigar a quien atentase contra sus pastores; estaban exentos de pagar mayorazgos y pontazgos y otros impuestos de paso, y tenían sus propios jueces, siendo que el rey refrendada sus decisiones. En las disputas y conflictos con los agricultores los reyes solían favorecer a sus asociados, ya que durante las migraciones de ovejas a menudo los animales de pasto se descarriaban y destrozaban los campos de cultivo. Los cargos de la Mesta llegaron a tener autoridad real, pero deberían respetar los sembrados, las viñas, los prados de siega y las dehesas boyales. Las migraciones de ovejas subían en el verano a los prados de la Cordillera Cantábrica a través de la Montaña Palentina o del sistema Central; y regresaban en el invierno  a las tierras bajas de Extremadura y Castilla, siendo sus principales cañadas León, Palencia y Segovia. Fue extinta en 1836 con mucho pesar de los ganaderos de ovejas, sobre todo los dueños de rebaños de nuestros pueblos de La Ojeda/Palencia.     
          Influenciado por la fisiocracia francesa, Campomanes centró su incuestionable sabiduría y atención en los problemas de la agricultura española a pesar de ser presidente nombrado del Concejo de la Mesta (1765), año en que publicó su famoso Tratado de la regalía de amortización, donde proponía un nuevo pensamiento reformista para toda España. Apoyó la expulsión de los jesuitas porque, según él, mantenían el monopolio de la formación de los nobles y encabezaban la oposición a las reformas regalistas (dígase de masones y anticlericales encapsulados  en el gobierno). También se unió al conde de Aranda para repoblar Sierra Morena y valle del Guadalquivir donde preconizaba reformas agrarias que a su juicio deberían aplicarse a todo el campo peninsular, con el justo reparto de tierras entre pequeños propietarios, compatibilizar ganadería y agricultura e imponer una ley de arrendamientos a largo plazo. Como gran teórico reformista (sus obras fueron traducidas a varias lenguas europeas), de su Discurso original (1774) se sacan cuatro conclusiones importantes: (1ª) es necesario reflexionar sobre las causas de la decadencia de los oficios y manufacturas en España durante el último siglo y tomar las providencias necesarias; (2ª) el gobierno precisa ofrecer los pasos indispensables para mejorar o restablecer las viejas manufacturas: cita una curiosa colección de decretos reales con el objetivo de defender las artes y oficios. Cita también algunas materias primas extranjeras a ser importadas; (3ª) presenta las leyes corporativas de los artesanos europeos en contraste con el resultado de la legislación española y las ordenanzas municipales de las ciudades atrasadas y deficitarias; y (4ª) cita 8 ensayos del arbitrista Francisco Martínez de Mata (siglo XVII) sobre el comercio nacional, con observaciones adaptadas a las circunstancias de la época. Sus excelentes trabajos sobre política económica española le valieron la inserción en la Real Academia de la Historia (1748), de la cual se tornó presidente en 1764. Como ministro de la Hacienda estableció subsidios para las zonas agrícolas más desfavorecidas, liberó el comercio y la agricultura de ciertos impuestos que impedían su crecimiento y, por fin, decretó la libre circulación de los cereales que mucho benefició a nuestra tierra palentina. Curiosamente, Campomanes venía de una ascendencia de hidalgos arruinados, nunca se le tuvo como noble y padeció grandes miserias materiales. A la muerte del padre, fue confiado a un tío canónigo de Santillana del Mar/Cantabria, demostrando una inteligencia precoz en el estudio de las leyes y lenguas clásicas. Al final de la vida, cayó en desgracia debido a las intrigas palacianas del conde de Floridablanca ante Carlos IV.