segunda-feira, 30 de setembro de 2013

San Cristóbal - patrón de Prádanos de Ojeda (3)



             
               En un antiguo himno litúrgico, consignado por el llamado Breviario Toledano, la iglesia primitiva cantaba y se regocijaba celebrando la fiesta de san Cristóbal, hoy patrón de muchos pueblos alrededor del mundo, y santo patrono de viajeros, caminantes, taxistas, camioneros, conductores de vehículos automotores etc. El himno rezaba estas palabras gloriosas sobre san Cristóbal, aunque por lo dicho anteriormente envuelva una cierta contradicción: ‘elegans statura, mente elegantior/ visu fulgens corde vibrans/ et capillis rutilans’ = ‘de lindo talle, y mejor entendimiento, ojos brillantes,  de corazón ardiente, y cabello rubio rutilante’. Esta descripción física de san Cristóbal está emparentada con la de Gualterio de Espira cuando dice: ‘era de enorme robustez, hercúlea fuerza y de tan apuesta y agradable figura, noble aspecto y disposición en su persona, que atraía hacia sí los ojos de cuantos le miraban’. Lo que se repite en el panegírico de un de sus biógrafos: ‘era Ofero (o Relicto) de estatura gentil, de ojos ardientes y de cabellos rubios, valeroso y aguerrido, gigante membrudo, que colocó su espada a servicio de un reyezuelo de Tiro o de Sidón en la antigua Fenicia, parte oriental del Mediterráneo’. Orgulloso de sí mismo, Ofero alardeaba su elevada estatura (más de 2m), se fanfarroneaba de sus extraordinarias fuerzas, y proclamaba para quien le quisiera dar oídos que su corazón era muy ‘ardiente’ y sus proezas eran comentadas por los vasallos del rey cananeo. Muchas veces desdeñó de servir a ‘monarcas’ que sólo le excedían en la fortuna del palacio real.
            La iglesia católica siempre tuvo a este santo como uno de los 14 mayores oráculos de la cristiandad tanto por su real elocuencia una vez convertido a la fe de Jesucristo como por sus predicaciones vibrantes y públicas en las ciudades de Janto, Samos y Licia = regiones de la actual Turquía, a unos 100 km de Estambul, en la península de Panfilia. Se dice que san Cristóbal = a él se le atribuyen diversos nombres como Ofero, Relicto, Réprobo  (del arameo rabrat = ‘gigante’, y no del latín con el significado de ‘malvado’) y Adócimo = natural de Tiro o de Sidón, dos ciudades importantes de la Antigua Fenicia. La ciudad de Tiro, por ejemplo, fue un puerto importante, alcanzando gran prosperidad económica; de él salieron barcos para fundar numerosas colonias a orillas del Mediterráneo con el propósito de dominar el comercio marítimo ej.: Anatolia (actual Turquía), islas del mar Egeo, Grecia, norte de África etc. Se dice que el comercio del mundo entero estaba reunido en los almacenes de Tiro. En la época de nuestro estudio tendría unos 50 mil habitantes. Se localizaba al norte de la antigua Canaán, a lo largo de los actuales Israel, Líbano y Siria. Su civilización fue una cultura comercial marítima que se extendió por todo el Mediterráneo. Estaba organizada políticamente en ciudades-estados a semejanza de la Grecia Antigua. En Canaán (etimológicamente ‘aquella tierra que está en frente’) se hablaba el fenicio del grupo canaanita (semita). Los antepasados de san Cristóbal fueron los mayores comerciantes de su tiempo: vendían a los vecinos más próximos y a los griegos todo tipo de productos como madera (cedro), esclavos, joyas, vidrios y tintas (púrpura, de donde le viene el nombre phoinix, asociado a kina’ahu = Canaán/Fenicia).    
           Los antepasados de san Cristóbal – existe un santo mártir llamado Kester de Licia, identificado con nuestro santo-, en tiempos del imperio Romano, aún mantenían su alcurnia y linaje, pero ya sin la riqueza que caracterizó a los pequeños reyes procedentes de Canaán = ‘la tierra prometida por Dios a su pueblo’, según reza la Biblia. De hecho, si comparada a los desiertos circundantes, Canaán era una tierra próspera y fértil donde se daban uvas y otras frutas, aceitunas, miel (‘corría leche y miel’), además de cereales… Según sus biógrafos, san Cristóbal tendría origen cananeo nombre alusivo a Can, hijo de Noé = en el libro del Génesis consta la maldición sobre este personaje bíblico: ‘maldito sea Canaán, sea siervo de los siervos de sus hermanos’ (cf. Gen 9,22). Un diccionario hebreo traduce ‘cananeo’ por mercader o traficante/comerciante. El pueblo cananeo adoraba a diversos dioses entre los cuales sobresalían Dagan, Baal y Asera. Su pueblo en general se caracterizaba por la unidad de organización, urbanismo y arte militar. La población era urbana con toda su complejidad de servicios y desarrollo económico. En el trazado de sus ciudades existía un destacado interés urbanístico con alcantarillados, calles rectas y bien trazadas, armonía de edificios públicos con viviendas particulares, etc. Su principal fuente de riqueza era la agricultura en torno de las principales ciudades con regadío o cultivo secano, aunque su posición estratégica fuese un enclave frente al mar Mediterráneo = de ahí su mayor riqueza, el comercio marítimo. A lo largo de la historia incursiones de gentes nómadas destruyeron casi por completo las ciudades de la región montañosa, en cuanto los habitantes de la planicie costera no sufrieron tanto, especialmente las más conocidas: Biblos, Tiro y Sidón. Los descendientes de estos pobladores, mermados en su número, pronto volvían a reconstruir sus ciudades, cada vez en menor tamaño y sin tanta atención urbanística. Según la Biblia (no tiene respaldo científico) esos pobladores descenderían de Can = hijo más joven de Noé.
             Los amorreos, uno de los pueblos más inicuos de aquel entonces, era la tribu dominante y también la gente más corrompida del Oriente Próximo: en las páginas bíblicas, los amorreos eran representantes de los cananeos en general. Pero no fueron sólo estos pobladores los ‘habitantes’ de Canaán: los hicsos (nobles y semi-siervos), los hurritas (comerciantes y artesanos), los hititas (grupos guerreros misteriosos y armados del norte), los egipcios (pueblos del río Nilo),  los ‘pueblos del mar’ reconocidos como filisteos > ‘invasores’ y, de modo especial, las tribus israelitas o hebreos de Jacob y sus descendientes cuya característica principal fue luchar contra los ídolos de todos esos pueblos, y reconocer a Yahvé como único Dios verdadero. Entre los hebreos, llamar a alguien descendiente de Canaán se consideraba un insulto, aunque después de la era salomónica, los reyes de Israel se comportaban de ‘manera abominable, yendo atrás de los ídolos’, imitando a los amorreos (cananeos). Durante la dominación persa, los cananeos pasaron a designarse ‘fenicios de Tiro y Sidón’, sinónimo de negociantes o mercaderes: ¿quién decretó esto sobre Tiro, cuyos negociantes eran príncipes, cuyos mercaderes eran los nobles de la tierra?’. Los cananeos se destacaron por su cultura escrita (alfabeto fenicio) y su literatura, pero el arte cananeo fue muy pobre. No existe arquitectura monumental ni preocupación por embellecer los edificios con motivos ornamentales. Llama la atención la pobreza de sus templos y palacios. La escultura queda relegada a relieves y pequeñas figuras, casi siempre de dioses, y a trabajos de marfil y modelados de cerámica y terracota. El panteón cananeo es presidido por el dios El(ohim), dios decano de los nómadas, con funciones eminentemente éticas y sociales. Es descrito como tolerante y benigno. Recibe títulos como rey, toro, amable, misericordioso, etc. Su nombre común era Dagán > dios de los cereales, padre de Baal > dios de las lluvias, cuya representación era un toro joven y ‘dueño y señor’ de una sociedad agrícola que vivía pendiente de las lluvias para lograr buenas cosechas. Los hebreos justificaban el aniquilamiento de los pueblos vecinos como el único medio para destruir el culto pagano del dios Baal, y honrar a Yahvé que les ordenaba vivir en medio a la justicia, a la verdad, a la rectitud y a la compasión, conceptos que los hebreos aplicaban a sí mismos, mientras afirmaban  que los pueblos cananeos eran mercaderes acostumbrados al engaño y a la mentira en su afán de acumular riquezas. Decían que Isra(EL) luchaba contra EL(Baal) y, por eso, debía aniquilar a los pueblos vecinos.       
              La historia de san Cristóbal que nos llegó a través de algunos himnos litúrgicos proclaman desde muy antiguo la protección de este ‘soldado de Cristo’ (‘miles Christi’), sobre todo a los que tenían por destino surcar carreteras y otros medios de comunicación y, por tanto, precisando del excelso patronazgo y pródiga benevolencia de san Cristóbal. Es lo que muestra una literatura diversificada, desde Gualterio de Espira hasta Federico García Lorca y Antonio Machado, pasando por Jacobo de Vorágine y Miguel de Cervantes, que nos dejaron bellas estrofas y no menos inspirados cánticos en honor del patrono de los caminantes. Y así como su estatua también su efigie o medalla -‘siempre colosal y gigantesca, tomando por tema la tierna leyenda del transporte del Niño Jesús a través de un río caudaloso’-  decoró muchas catedrales, iglesias y monasterios en constante vigilia de los ‘automovilistas’ de todos los tiempos. Porque todos los que han viajado y viajarán sobre ruedas escogieron a san Cristóbal por patrono de sus viajes y, así por mucho tiempo, a cada día cobran mayor auge y esplendor las fiestas litúrgicas y patronales, siendo cada vez más numerosos los que acuden con sus coches y camiones de todo tipo y cilindradas a recibir las bendiciones del santo protector, prenda segura de buenos augurios y santas caminadas en días calamitosos y de tantos accidentes automovilísticos. En el Brasil mueren anualmente cerca de 40 mil personas y tres veces más salen heridas a consecuencia de errores humanos, fallos mecánicos y carreteras mal conservadas. Nunca hubo tanta necesidad de pedir protección a quien de hecho sabe y quiere protegernos contra los males de las carreteras modernas.
         Con certeza, en san Cristóbal -‘uno de los 14 santos auxiliadores de la humanidad a lo largo de los siglos’: la tradición dice que se aparecieron a santa Juana d’Arc -, los cristianos encontrarán su fiel protector debido a la acendrada caridad demostrada a los viajantes de su tiempo, a quienes socorría en todas sus necesidades materiales y espirituales. Por haber llevado a Jesucristo sobre sus musculosos hombros y defendido al tierno Infante de ser arrastrado por las impetuosas aguas de un río peligroso, la cristiandad comenzó desde el siglo V a colocar su efigie en el interior de iglesias y catedrales para que su gigantesca figura ahuyentase a los perseguidores de la iglesia católica y defendiese, al mismo tiempo, los tesoros y artísticos guardados de sus altares y sacristías. Gualterio de Espira termina el relato del martirio de san Cristóbal afirmando que Licia entera se apresuró a cumplir el orden perentorio del prefecto Dagón –exigiera de sus súbditos que adorasen a Jesucristo y proscribiesen a los dioses falsos- después de haber recobrado la visión como san Cristóbal profetizara antes de su muerte por decapitación: ‘cuando la espada separe la cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre mezclada al polvo de la tierra y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás quién te creó y quién te ha curado’. La historia de san Cristóbal está llena de contradicciones histórico-geográficas, pero eso poco importa cuando se mira a los aspectos edificantes de su predicación y martirio. En aquella época, los territorios se confundían y la geografía local era conocida por pocos letrados. De ahí encontrarse errores entre emperadores, ciudades, nombres toponímicos, datos históricos y aspectos difusos difíciles de ser encuadrados visto que la historia de san Cristóbal está muy ‘desperdigada’ en el sentido lingüístico del verbo desperdigar > dispersa, desunida, esparcida, separada, disgregada, diseminada por diferentes lugares y épocas. Parece que no hubo unanimidad desde el principio y, por eso, los hechos fueron juntándose a medida que se procuró una historia más completa y crítica. De aquí las palabras de un biógrafo: ‘la leyenda ha conseguido esmaltar con bellas narraciones la vida e historia del gigantesco soldado de Cristo. Resulta complicado y harto difícil discernir la fantasía de la verdad’. La gran popularidad del santo, perpetuada en copiosa iconografía, desparramada por todo el mundo, contribuyó poderosamente a la exaltación de muchas gestas ciertamente basadas en hechos reales, pero salpicadas con fuertes doses de imaginación.        
              Sin embargo, de una cosa podemos estar ciertos: san Cristóbal es un personaje histórico y nadie puede negar la existencia de nuestro patrono, un santo cristiano  y mártir de la fe en Jesucristo, canonizado oficialmente por la iglesia en el siglo XV, según se cree. ´Su historia está suficientemente comprobada por Nikolás Serarius (estudioso jesuita) en su tratado Sobre las letanías (1609), y por Jean Molanus (pintor renacentista) en su obra De  picturis et imaginibus sacris (1570). Lo corroboran  los testimonios de los Bolandos, críticos e historiadores eclesiásticos cuya misión especial fue examinar documentos relacionados con los santos de los primeros siglos del cristianismo, para depurarlos de lo que en ellos pudiese haber de infiltración  legendaria, ‘reduciendo la tradición a los límites lógicos que, como fuente de la historia, pueda admitirse’. El papa san Gregorio Magno, grande estudioso de los santos, nos habla de un monasterio dedicado a san Cristóbal. Un Breviario  y un Misal Mozárabe, revisados e indicados por san Isidoro de Sevilla, contienen oficios especiales en honor de san Cristóbal. En Vorarlberg (Tirol), fue instituida una hermandad bajo la protección de san Cristóbal para guiar los viajeros de Arlberg (1386). En Carintia, Stiria, Sajonia y Munich, se fundó una hermandad católica con el nombre de Sociedad de San Cristóbal (1517). Además, la veneración al patrono de los viajantes o navegantes se extendió por Venecia, en ambas márgenes del Danubio y Reno (principales ríos de Europa), y otras corrientes y canales europeos donde ocurrían frecuentes inundaciones y daños irreparables. En varios lugares se cuñaron monedas con la imagen de san Cristóbal ej.: Wurzburg, Wittenberg, Boehmia, etc. Son incontables las estatuas del santo colocadas a la entrada de iglesias, puentes (en Herrera de Pisuerga, cerca del puente viejo y de la gasolinera, vi gente rezando en la capillita erigida al santo) y túneles; su medalla es vista con frecuencia en automóviles o coches de paseo. Raramente un santo ostenta tanta literatura como san Cristóbal y, es por este motivo, que él es invocado contra todo tipo de accidentes, y los viajantes piden su protección antes de hacer cualquier jornada. Se afirma que parte de sus reliquias se encontrarían en Roma y París, y en muchos lugares (pueblos, villas y ciudades) los conductores de vehículos llevan sus coches a una iglesia de san Cristóbal para ser bendecidos por un sacerdote el 25 de julio ej.: en la iglesia de san Cristóbal (Rio de Janeiro), y en el barrio del mismo nombre, donde tuvo su palacio (hoy Quinta de Buena Vista) el rey D. Juan VI de Portugal. Existe una tradición bastante antigua: quien mira a una imagen de san Cristóbal pasa el día sin sufrir cualquier quebranto o daño físico y moral. De ahí la gran cantidad de medallas, escapularios, íconos, pinturas etc. de san Cristóbal en iglesias, lonjas o tiendas, y hasta en residencias.        
            Curiosamente, varios estudiosos ven alguna semejanza entre san Sebastián y san Cristóbal, concluyendo por encontrar, sí, un cierto parecido: son santos venerados por la iglesia ortodoxa y católica, y fueron martirizados en la misma época, aunque las fechas no correspondan exactamente al mismo año,  dado que san Sebastián según se cree tenga sido martirizado en 288, y san Cristóbal en 304, conforme concluí en mi pequeño estudio –algunos biógrafos datan el martirio de nuestro patrono en 251, en el gobierno del emperador Decio. San Sebastián llegó a ser jefe de la primera cohorte pretoriana, en cuanto san Cristóbal fue hijo primogénito de un rey cananeo, cuya esposa no conseguía tener descendencia. Ambos, una vez convertidos al cristianismo, se recusaron a participar de los sacrificios paganos por considerarlos prácticas de idolatría sin cualquier sentido. También como cristianos, tuvieron un comportamiento semejante: hacen apostolado entre sus compañeros, visitando y alentando a los otros cristianos encarcelados por causa de su fe en Jesucristo. Descubiertos y denunciados a sus respectivos imperadores, san Sebastián (a Maximiliano) y san Cristóbal (a Diocleciano), son condenados a morir asaeteados: los esbirros les desnudaron, ataron a un árbol y lanzaron sobre ellos una lluvia de saetas que no consiguieron herirlos mortalmente: san Sebastián fue llevado por unos amigos a casa de una noble cristiana (aquí se mantuvo escondido). Curado de las heridas, se presentó ante el emperador y le reprochó enérgicamente su conducta por perseguir a los cristianos. Algo parecido se dice de san Cristóbal que consiguió salir ileso de los flechazos: llevado delante del reyezuelo de Licia, un tal Dagón (nombre ugarítico de un dios marino mitad hombre mitad pez), éste intentó convencerle de todos los modos, incluso con amenazas de tortura, para que sacrificase a los dioses paganos, cosa que el santo mártir rechazó con energía. El tirano no desistió: ‘si lo haces estarás a mi lado y serás uno de los principales de Licia – le dice,  zalamero. Pero si no sacrificares a nuestros dioses serás severamente castigado con las peores torturas’. Como señalan los biógrafos de ambos mártires cristianos, en vano los tiranos insistían en sus falsas promesas. Algunos soldados de sus escoltas desertaron y quisieron hacerse también cristianos, cosa que encolerizó aún más a los tiranos. Enseguida, enfurecidos, los soldados romanos torturaron y martirizaron a los valientes discípulos de Cristo. San Cristóbal a semejanza de san Sebastián ‘levantóse con brío, con un aspecto tan feroz que, al ver la ferocidad y enojo de sus semblante, muchos soldados cayeron en tierra desmayados’. En el caso de san Cristóbal, el malvado Dagón usó de requinte perverso contra el santo: estando en la cárcel le envió dos prostitutas para que le ‘convenciesen’ con halagos y vanas promesas a renegar de su fe. Después, las dos cortesanas (Niceta y Aquilina)  interpelaron al reyezuelo a cerca de su impiedad y perfidia. Y burlándose de los falsos dioses paganos, arrojaron sus estatuas al suelo ante el asombro de todos los asistentes.
      Una vez más, furioso y desconcertado, el impiedoso Dagón ordenó degollasen a las dos mujeres, ahora convertidas a la fe cristiana. Al mismo tiempo, invocaban el auxilio de Cristóbal en cuanto renovaban su profesión de fe y entregaban sus almas al Creador en medio a crueles tormentos. El firmamento de los mártires brilló entonces con dos estrellas a más, pues coronadas en el mismo día murieron glorificando a Jesucristo como su Único Salvador. Muchos cristianos a lo largo de los siglos continúan invocando a san Cristóbal en las situaciones más difíciles de sus vidas cuando reflexionan sobre este pasaje glorioso de nuestro patrono. Los libros conservan esta oración en honor de san Cristóbal, una plegaria que debemos repetir con mucha fe si deseamos conseguir la gracia benévola del santo mártir de Licia: ‘danos, Señor, manos firmes y miradas vigilantes, para que mientras estamos al volante no causemos daños a nadie. A Ti, Señor nuestro, que das la vida y la conservas te suplicamos humildemente guardes hoy la nuestra. Líbranos, Señor, a mí y a quienes me acompañan, de todo mal, enfermedad, incendio y accidente. Enséñanos a hacer uso de nuestro * (equipaje, coche, vehículo, etc) para remedio de nuestras necesidades y beneficio de nuestros hermanos. Haz, Señor, Dios de nuestros antepasados, que no nos arrastre el vértigo de la velocidad y que admirando la belleza de este mundo logremos seguir y terminar felizmente nuestro camino. Te lo pedimos, Señor, por los méritos de tu Santísima Madre, la Virgen del Camino, y por la intercesión de san Cristóbal, especial y seguro protector de los viajantes y conductores. Amén’. Si pedimos de verdad la protección del santo portador de Cristo, y nos acogemos a su poderosa intercesión llegaremos, con absoluta certeza, sanos y salvos, a nuestro destino. Como nos dice Tomás Monzón, parafraseando al propio san Cristóbal: ‘¡con que suavidad te va llevando hacia sí la gracia de Jesucristo. Ya da luz a tus pasos para que sigas la dicha de ser cristiano. Y más acelerados serían si el enemigo de todos nosotros, Satanás, te hubiera dicho también que Jesucristo había muerto en esa cruz por ti, por sacarte de su tiranía y redimirte de la esclavitud de la culpa. Pero ya lo vas conociendo, y veremos cómo diste pasos tan gigantes que desquitaste todo el tiempo perdido sacando ventaja en la carrera a muchos que lo conocieron con más tiempo!’.        
        Otro paralelismo entre ambos santos y mártires está en su culto y veneración, muy antiguos y extendidos: san Sebastián y san Cristóbal son invocados igualmente contra la peste y contra los enemigos de la fe cristiana, además de ser llamados los ‘Apolos’ cristianos ya que son los dos santos más reproducidos por el arte renacentista junto a san Jorge > un patrón ‘abandonado’  por el despoblado de San Jorde de Ojeda. Desde muy antiguo, los dos santos mártires han sido escogidos en multitud de ciudades y pueblos como patronos debido a su condición de protectores contra las pestes, enfermedades y violencia urbana. Así, son muy venerados en toda España e Hispanoamérica, extendiéndose por Europa, Asia y África. En los países hispanoamericanos, desde la colonización española, se quedaron en el corazón de los indígenas y campesinos como santos protectores del pueblo humilde. Se dice que estos dos santos mártires fueron grandes héroes que defendieron ‘a capa y espada’ a los indígenas del yugo español, y dieron sus vidas al ser torturados por su defensa a favor de los más pobres y necesitados. Hoy los habitantes de numerosos pueblos los veneran por su santidad, honor y espíritu de lucha. En relación a san Cristóbal, el argumento es bien plausible: ‘te llamarás Cristóbal (o Cristóforo), porque has llevado a Cristo sobre tus hombros. No te admires de que yo te pese más que el mundo aunque me veas tan pequeño […]. Yo soy el único Criador, y así no sólo al mundo, sino al Criador del mundo has tenido sobre tus hombros. Bien puedes gloriarte con el peso: yo soy Jesucristo. Yo soy ese Señor que tú buscas: ya lo hallaste […]. Vuélvete a tu casa, no tienes que temer las aguas del río. Fija en la tierra ese árido tronco que te sirve de cayado, que luego de mañana le verás no solamente florido sino también coronado de frutos’. De mañana el báculo plantado en el suelo se había convertido en esbelta palmera, cuajada de frutos sabrosos. Así se expresa un comentarista on-line cuando describe el pasaje de san Cristóbal llevando al Niño Jesús sobre sus hombros. Monseñor Tihamer Tóth (1889-1931), escritor y religioso húngaro, hace una observación de memorable relevancia y sabiduría: san Cristóbal, ‘el gigantesco soldado de Cristo (‘miles Christi’) que llevó a su Señor sobre los hombros’, fue el portador de Cristo de cuatro maneras: le llevó efectivamente sobre sus hombros cuando atravesó las aguas del río; le llevó en los labios por la confesión y predicación de su santo Nombre a través del don de lenguas; le llevó en el corazón por el amor acendrado en ayudar a sus hermanos y, por fin, le llevó en todo el cuerpo por el martirio a que fue sometido: los azotes con varillas de hierro, el casco de hierro al rojo vivo sobre su cabeza, la parrilla a fuego lento y, por fin, la decapitación.      
               La leyenda hace cuestión de narrar algunos milagros de san Cristóbal que, la crítica historiográfica posterior, considera ‘como extravagancias y maravillas más allá de cualquier credibilidad’. Llevando en consideración tales milagros la figura de nuestro santo estaría incluido entre ‘aquellos santos cuyos nombres son justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo son conocidos por Dios’, según expresión del papa Gelasio I (494), cuando canonizó a varios soldados mártires del Asia Menor, entre los cuales estaban san Sebastián, san Jorge, san Marcelo y san Casiano, y posiblemente san Cristóbal, aunque se diga con alguna incertidumbre que nuestro patrón fue elevado a los altares en el siglo XV. De acuerdo con la Enciclopedia Católica (1913), los textos más antiguos que nos hablan de los santos mártires están incluidos en el Acta sanctorum, identificado por estudiosos como un palimpsesto del siglo V, donde por la primera vez se separan los hechos reales de leyendas, algunas increíbles por su extravagancia. Tratase de una colección de varios volúmenes dedicados a los santos de la iglesia católica. Sus ediciones críticas fueron lanzadas en Antuerpia/Bélgica (1643), bajo la dirección del padre jesuita Jean Bolland (1596-1665): este eminente teólogo, después de aprender varias lenguas orientales, organizó la famosa Sociedad de los Bolandistas, de cuyos esfuerzos surgió la obra monumental de Acta  sanctorum y su apéndice Acta martyrum. En 1709, los bolandistas estaban en el 5º volumen. Es la mayor recopilación de vidas y datos relativos a los santos de la iglesia católica, siguiendo el orden del calendario litúrgico. Tratase de una obra extraordinaria para los fieles cristianos, pues a pesar de todas las vicisitudes se puede decir con total aquiescencia: ‘las Acta sanctorum, por lo rigurosa de la investigación y la seriedad crítica, pasan a figurar entre las obras más importantes de la crítica histórica contemporánea’. Los bolandistas tuvieron el mérito de haber dado forma a la crítica hagiográfica. Por lo demás, como nacidos y organizados en pleno siglo XVII, sufrieron las características de la época y se resintieron de exigencias y necesidades contrapuestas, o sea, se vieron obligados a seleccionar y entresacar lo que era auténtico de la intrincada selva de leyendas, tradiciones y cultos abusivos, desordenada y arbitrariamente desarrollados acerca del sepulcro y reliquias de los mártires, además de llevar a cabo una delicada operación ‘devocional’ sin ofender los sentimientos estratificados a lo largo del tiempo, de la fe y de las creencias populares. Estudiosos católicos han encontrado a veces una crítica exagerada o una especie de corriente iconoclasta que se abatió sobre la devoción del pueblo hacia los santos, sin embargo para la ciencia hagiográfica ‘es inadmisible la aceptación crédula y acrítica de todas las historias y tradiciones populares, pues se puede correr el riesgo de confundir religión con superstición […]. Aplicar el criterio según el cual la existencia de antiguos testimonios de veneración es de importancia fundamental aunque no exclusiva, equivale a desear la autenticidad del santo mártir’, como resulta ser el caso de san Cristóbal, el patrón máximo de Prádanos de Ojeda. Sólo así, con base en documentos, la hagiografía logrará recomponer los datos antiguos del culto y afirmar que la auténtica figura del santo mártir san Cristóbal queda también reconstruida, aunque la historicidad de nuestro patrono no dependa necesariamente de la autenticidad de los documentos.
      

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